Monday, January 31, 2011

Egipto: la apuesta al gatopardismo

En el día de ayer Hillary Clinton declaró ante la prensa que lo que había que evitar a toda costa en Egipto era un vacío de poder. Que el objetivo de la Casa Blanca era una transición ordenada hacia la democracia, la reforma social, la justicia económica, que Hosni Mubarak era el presidente de Egipto y que lo importante era el proceso, la transición. A diferencia de lo ocurrido en otra ocasión, el Presidente Obama no exigiría la salida del líder caído en desgracia. Como no podría ser de otro modo, las declaraciones de la Secretaria de Estado reflejan la concepción geopolítica que Estados Unidos ha sostenido invariablemente desde la Guerra de los Seis Días, en 1967, y cuya gravitación se acrecentó después del asesinato de Anwar el-Sadat en 1981 y la asunción de su por entonces vicepresidente, Hosni Mubarak. Sadat se había convertido en una pieza clave para Estados Unidos e Israel –y de paso confirió a Egipto la misma categoría- al ser el primer jefe de Estado de un país árabe que reconoció al Estado de Israel al firmar un Tratado de Paz entre Egipto y ese país el 26 de Marzo de 1979. Las dudas y los rencores que aún abrigaban Sadat y el primer ministro israelí Menájem Begin como consecuencia de cinco guerras y que tornaban en interminables las negociaciones de paz fueron rápidamente dejados de lado cuando tanto ellos como el Presidente James Carter se notificaron que el 16 de enero de ese año un estratégico aliado pro estadounidense en la región, el Sha de Irán, había sido derrocado por una revolución popular y buscó refugio en Egipto. La caída del Sha fue seguida por el nacimiento de la república islámica bajo la conducción del Ayatolá Ruhollah Jomeini, para quien Estados Unidos y toda la “civilización estadounidense” no eran otra cosa que el “Gran Satán”, el enemigo jurado del Islam.

Si la violenta eyección del Sha sacudía el tablero de Oriente Medio, no eran mejores las noticias que provenían del convulsionado traspatio centroamericano: el 19 de Julio de 1979 el Frente Sandinista entraba a Managua y ponía fin a la dictadura de Anastasio Somoza, complicando aún más el cuadro geopolítico estadounidense. A partir de ese momento, el delicadísimo equilibrio de Oriente Medio tendría en Egipto el ancla estabilizadora que la política exterior estadounidense se encargó de reforzar a cualquier precio, aún a sabiendas de que bajo el reinado de Mubarak la corrupción, el narcotráfico y el lavado de dinero crecían a un ritmo que sólo era superado por el proceso de pauperización y exclusión social que afectaba a sectores crecientes de la población egipcia; y que la feroz represión ante los menores atisbos de disidencia y las torturas eran cosas de todos los días. Por eso suenan insoportablemente hipócritas y oportunistas las exhortaciones del presidente Obama y su Secretaria de Estado para que un régimen corrupto y represivo como pocos en el mundo -y al cual Estados Unidos mantuvo y financió por décadas- se encamine por el sendero de las reformas económicas, sociales y políticas. Un régimen, además, donde Washington podía enviar prisioneros para torturar sin tener que enfrentar molestas restricciones legales y la estación de la CIA en Cairo podía operar sin ninguna clase de obstáculos para llevar adelante su “guerra contra el terrorismo.” Un régimen, además, que pudo bloquear la internet y la telefonía celular y que apenas si despertó una mesurada protesta por parte de Washington. ¿Habría sido igual de tibia la reacción si quien hubiera cometido tales tropelías hubiese sido Hugo Chávez?

Dado que Mubarak parecería haber cruzado el punto de no retorno, el problema que se le presenta a Obama es el de construir un “mubarakismo” sin Mubarak; es decir, garantizar mediante un oportuno recambio del autócrata la continuidad de la autocracia pro estadounidense. Como decía el Gatopardo, “algo hay que cambiar para que todo siga como está.” Esa fue la fórmula que sin éxito alguno Washington intentó imponer en los meses anteriores al derrumbe del somocismo en Nicaragua, apelando a la figura de un personaje del régimen, Francisco Urcuyo, presidente del Congreso Nacional cuya primera y prácticamente última iniciativa como fugaz presidente fue la de solicitar al Frente Sandinista, que venía aplastando a la guardia nacional somocista por los cuatro rincones del país, que depusiera las armas. Lo depusieron a él al cabo de pocos días, y en el habla popular nicaragüense el ex presidente pasó a ser recordado como “Urcuyo, el efímero.” Lo que ahora está intentando la Casa Blanca es algo similar: presionó a Mubarak para que designara a un vicepresidente en la esperanza de que no reeditase el fiasco de Urcuyo. La designación no pudo haber sido más inapropiada pues recayó en el jefe de los servicios de inteligencia del ejército, Omar Suleiman, un hombre aún más refractario a la apertura democrática que el propio Mubarak y cuyas credenciales no son precisamente los que anhelan las masas que exigen democracia. Cuando estas ganaron las calles y atacaron numerosos cuarteles de la odiada policía y de los no menos odiados espías, soplones y organismos de la inteligencia estatal, Mubarak designa al jefe de estos servicios nada menos que para liderar las reformas democráticas. Es una broma de mal gusto y así fue recibida por los egipcios, que siguieron tomando las calles convencidos de que el ciclo de Mubarak se había terminado y que había que exigir su renuncia sin más trámite.

En la tradición del socialismo marxista se dice que una situación revolucionaria se constituye cuando los de arriba no pueden dominar como antes y los de abajo ya no quieren a ser dominados como antes. Los de arriba no pueden porque la policía fue derrotada en las luchas callejeras y los oficiales y soldados del ejército confraternizan con los manifestantes en lugar de reprimirlos. No sería de extrañar que alguna otra filtración tipo Wikileaks devele las intensas presiones de la Casa Blanca para que el anciano déspota abandone Egipto cuanto antes para evitar una re-edición de la tragedia de Teherán. Las alternativas que se abren para los Estados Unidos son pocas y malas: (a) sostener el régimen actual, pagando un fenomenal costo político no sólo en el mundo árabe para defender sus posiciones y privilegios en esa crucial región del planeta; (b) una toma del poder por una alianza cívico-militar en donde los opositores de Mubarak estarán destinados a ejercer una gravitación cada vez mayor o, (c) la peor de las pesadillas, si se produce el temido vacío del poder que sean los islamistas de la Hermandad Musulmana quienes tomen el gobierno por asalto. Bajo cualquiera de estas hipótesis las cosas ya no serán como antes, pues aún en la variante más moderada la probabilidad de que un nuevo régimen en Egipto continúe siendo un fiel e incondicional peón de Washington es sumamente baja y, en el mejor de los casos, altamente inestable. Y si el desenlace es el radicalismo islamista la situación de Estados Unidos e Israel en la región se tornará en extremo vulnerable, habida cuenta de que el efecto dominó de la crisis que comenzó en Túnez y siguió en Egipto ya se está dejando sentir en otros importantes aliados de Estados Unidos, como Jordania y Yemen, todo lo cual puede profundizar la derrota militar estadounidense en Irak y precipitar una debacle en Afganistán. De cumplirse estos pronósticos, el conflicto palestino-israelí adquiriría inéditas resonancias cuyos ecos llegarían hasta los suntuosos palacios de los emiratos del Golfo y la propia Arabia Saudí, cambiando dramáticamente y para siempre el tablero de la política y la economía mundiales.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=121416

Wednesday, January 26, 2011

Hartos del Faraón

En 2003 los egipcios, como la mayoría de sus hermanos árabes, fueron unánimes: rechazaron la pretensión de Bush de "llevar la democracia" a Irak a lomos de bombarderos, misiles y carros de combate. Lo dijo, por la cuenta que le traía, el autócrata Mubarak. Lo dijeron, considerándolo como una ingerencia de los cruzados judeo-cristianos en los asuntos de la umma, los islamistas más o menos moderados de los Hermanos Musulmanes. Y lo dijeron alto y claro reformistas y demócratas como el escritor Naguib Mahfouz, el cineasta Youssef Chahine y el sociólogo Diaa Rachwan.

A estos últimos, como es habitual, se les prestó escasa atención en Estados Unidos y Europa. Y sin embargo, lo que declaraban era muy interesante: imponer la democracia en el mundo árabe por la fuerza de las armas occidentales era una colosal chaladura; esta vía, amén de inmoral, era contraproducente, sólo podía contribuir a dar argumentos y reclutas a los islamistas y hasta a los yihadistas. Las libertades sólo llegarían a los países árabes por movimientos nacidos en su interior, aunque, eso sí, los occidentales, podían ayudar, y mucho, de dos maneras: apretando las clavijas a los regímenes autocráticos y expresando de modo ostensible su compromiso con los demócratas marroquíes, argelinos, tunecinos, egipcios, sirios, jordanos, etc.

Pues bien, ayer, martes, miles de valientes egipcios ocuparon la plaza de Al Tahrir, en el corazón de El Cairo, gritando "Libertad, libertad, libertad", exigiendo la salida de Mubarak y condenando su desvergonzada pretensión de dejarle en herencia a su hijo Gamal la presidencia de la república. Seguían el ejemplo de sus hermanos tunecinos, que acaban de derrocar al dictador Ben Alí y han abierto en su país un proceso difícil, convulso y esperanzador de transición a la democracia.

Se confirmaba así lo anunciado en la tarde del 14 de enero, la de la caída de Ben Alí: las juventudes urbanas de los países árabes del norte de África, mayoritarias demográficamente, comparten la misma sed de libertad, trabajo y dignidad, y están informadas, gracias a las televisiones por satélite (las occidentales y Al Yazira) y a Internet, de lo que ocurre en su entorno y en todo el planeta. El éxito inicial de la revolución del jazmín y la sangre de Túnez iba a despertar sus esperanzas, así que los regímenes autoritarios, en especial los de Argelia y Egipto, debían prepararse para afrontar un período de turbulencias.

En el caso argelino, el recuerdo de la atroz guerra civil que asoló el país en los noventa puede ser un freno a los movimientos contestatarios; en el egipcio, el ejemplo tunecino llueve sobre mojado: en los últimos años las protestas juveniles, democráticas y sindicales han ido aflorando de modo persistente pese a la ferocidad de la represión.

Ayuda a entenderlo El edificio Yacobian. La novela de Alaa Al Aswany que dio origen a la película homónima, es un excelente retrato de El Cairo contemporáneo, una ciudad ruidosa, contaminada y superpoblada, cuya gente lucha a diario por un plato de habas sin perder el humor. Sus gobernantes no les ofrecen a los cairotas los niveles más elementales de libertad y trabajo, pero sí un trato burocrático y humillante y un ejemplo bochornoso de corrupción. Tres datos básicos dan la medidade lo que estamos hablando: Egipto, con 81 millones de habitantes, es el país más poblado del mundo árabe; la media de edad de sus habitantes es de 24 años, y su renta per capita es de 6.000 dólares anuales, cinco veces inferior a la española. Un polvorín.

Pero los demócratas egipcios lo tienen aún más difícil que los tunecinos. Si el apoyo occidental a la revolución del jazmín y la sangre ha sido escaso o nulo, lo será aún menos a las protestas democráticas del valle del Nilo. Para Estados Unidos, es crucial disponer ahí de un régimen policial sólido que garantice la seguridad de Israel, y por eso le regala anualmente miles de millones de dólares desde la firma de los acuerdos de paz de Camp David, en 1978. Y al establishment europeo le paraliza el miedo a que la caída de Mubarak supongala llegada al poder de los Hermanos Musulmanes. Europa sigue actuando en base a la errónea idea de que la autocracia es la única alternativa posible a la teocracia en el norte de África.

Hay, no obstante, algún elemento esperanzador. En la noche del martes al miércoles, con la policía aún dispersando a los manifestantes cairotas, Obama, en su discurso del Estado de la Unión, dijo algo que le honra a propósito de la revolución tunecina: "El deseo del pueblo ha demostrado ser más fuerte que el puño del dictador". Y añadió: "Permítanme decirlo con claridad: Estados Unidos apoya al pueblo de Túnez y las legítimas aspiraciones democráticas de todos los pueblos". Va mucho más lejos que los líderes europeos.

Se habla de la influencia de Twiter y Facebook en las protestas democráticas norteafricanas. Y es cierto que esas redes sociales están desempeñando un importante papel a la hora de transmitir informaciones y convocatorias, aunque, a la hora de la verdad, la protesta siga haciéndose a la vieja usanza: en la calle, enfrentándose a la policía y pagando un elevado precio de sangre.

No se habla tanto, en cambio, de la influencia de Obama y su discurso de El Cairo de junio de 2009. Es probable que algún día se subraye que, al proclamar el fin de la visión de Bush del choque de civilizaciones entre el islam y Occidente, al expresar un profundo respeto por los árabes y musulmanes y al manifestar que el principio fundamental de la revolución americana, la igualdad de todos los seres humanos en su aspiración a la libertad, la justicia y la búsqueda de la felicidad, también es de aplicación a la umma, Obama estuviera contribuyendo a un cambio histórico.

En 1981 un oficial islamista egipcio llamado Al Islambuli asesinó al rais Sadat durante un desfile militar. "He matado al Faraón", proclamó al ser detenido. Dos años antes la revolución jomeinista había triunfado en Irán. Fueron dos acontecimientos que marcaron el comienzo del ascenso del islamismo político en el mundo árabe y musulmán. Hoy, sin embargo, podemos formular razonablemente la pregunta que se hace el especialista Olivier Roy en un reciente artículo sobre Túnez: "¿Dónde han ido a parar todos los islamistas?". Siguen ahí, sin duda, pero es posible que la marea teocrática iniciada hace más de tres décadas esté comenzando a recular.

Lo seguro, en todo caso, es que los demócratas egipcios están hartos del actual Faraón.

http://www.elpais.com/articulo/internacional/Hartos/Faraon/elpepuint/20110126elpepuint_15/Tes

Sunday, January 9, 2011

"Son talibanes. Atemorizan a la mujer en nombre de la religión"

El día que Naomi Ragen se subió a un autobús en Jerusalén hace seis años no sospechaba que iba a ser el inicio de un largo proceso judicial que culminaría el jueves con una sentencia del Tribunal Supremo. Tampoco pensaba que tras aquella excursión se la conocería como la Rosa Parks israelí, en alusión a la mujer que propició el principio del fin de la segregación racial en Estados Unidos.

El Supremo no ilegaliza los autobuses públicos en los que las mujeres se sientan en la parte trasera, mientras que los hombres lo hacen delante. Pero sí obliga a los conductores y autoridades a respetar a aquellas mujeres que decidan sentarse donde les plazca en los vehículos. Y ordena, además, instalar carteles en los que quede claro que la segregación por sexos no es obligatoria.

En Israel, hay más de medio centenar de líneas de transporte público segregadas por sexo, y conocidas como mehadrín. La población haredi -judíos ultraortodoxos- son los principales usuarios de este transporte, en el que se trata de evitar el mínimo contacto entre hombres y mujeres.

Todo empezó el día en que Ragen, novelista, judía ortodoxa, se subió en el autobús número 40 en un barrio ultraortodoxo de Jerusalén. Estaba vacío y se sentó en la parte delantera. En la siguiente parada, entró un hombre, que al verla, le pidió que se trasladara a la parte trasera. "Yo le dije que me sentaba donde quería", recuerda ahora en una cafetería de Jerusalén. Al poco rato, se subió un hombre grueso -calcula que unos 130 kilos- y que por edad podría haber sido su hijo. "Era un hombre sudoroso y se me abalanzó. Me gritaba y me decía que quién me creía que era para sentarme allí. Amenazó con llamar a la policía. Me insultaba explicando a los pasajeros que subían que yo no era una buena judía".

Dice Ragen, de 61 años, que sintió que no había marcha atrás, que si se levantaba significaría la rendición. "Así que le miré a los ojos y le dije que, si me traía un código de leyes judías que dijera que las mujeres deben sentarse detrás, me movería. Que si no, por favor, se apartara".

Ragen hervía por dentro y cuando se bajó del autobús puso una reclamación en la compañía de transportes que cayó en saco roto. Escribió un artículo en la prensa y ahí quedó la cosa. Hasta que dos años más tarde, las abogadas del centro israelí para la acción religiosa decidieron llevar a los tribunales su caso y el de otras cuatro mujeres religiosas que habían sufrido agresiones en autobuses. "Son como los talibán. Son unos pocos fanáticos que atemorizan a las mujeres en nombre de la religión", dice Ragen, autora de varios libros sobre la comunidad haredi.

La creciente segregación por sexos en los ambientes religiosos israelíes -tiendas, funerales, centros de salud, oficinas- es algo relativamente nuevo, explica Ragen. Esta judía observante cree que estas restricciones "no tienen nada que ver con la religión". Atribuye la renovada contundencia de los grupos más fanáticos a la lucha por el poder político y económico y al fuerte crecimiento demográfico de los haredim, que tienen siete hijos de media. "Los fanáticos son ahora los líderes. Radicalizan su discurso para acumular más poder", sostiene.
La indignación de Ragen es aún mayor si cabe entre la mayoría de los israelíes, menos observantes, frente al 11% que suman los haredim. Un sistema electoral que favorece la ascensión al poder de partidos pequeños convierte a las formaciones ultrareligiosas en imprescindibles a la hora de formar Gobierno. "Esto va a estallar algún día", vaticina Ragen.

En cuanto a la sentencia, la activista reconoce que es un éxito solo a medias. Que en parte se han cumplido sus expectativas porque en realidad ellas nunca pidieron la abolición de los autobuses segregados, porque quisieron ser tolerantes y respetar a los que quieran viajar separados. Pero también reconoce que va a ser muy difícil que las mujeres puedan decidir libremente dónde sentarse. Para contribuir al cambio, las activistas pondrán en marcha una línea de atención telefónica para las agredidas. Y pronto empezarán a realizar inspecciones sorpresa viajando en los autobuses. Eso sí, sentadas en los asientos delanteros.

http://www.elpais.com/articulo/sociedad/talibanes/Atemorizan/mujer/nombre/religion/elpepusoc/20110108elpepisoc_6/Tes