Monday, February 7, 2011

Los manifestantes egipcios cuentan su historia

Estimados en cientos de miles, e incluso en millones, los egipcios han tomado las calles reclamando al presidente Hosni Mubarak que ceda el poder.

Enarbolando lemas que piden “Comida, dignidad y libertad”, muchos egipcios han decidido no marcharse hasta hacer caer el régimen. Tras varios días de muertes, protestas, violencia y saqueo, la confrontación no se ha resuelto y la crisis continúa.
[Relacionado:La batalla de Tahrir a pie de calle]

Yahoo! Maktoob ha hablado con ocho egipcios de diferentes estratos sociales. Han valorado la situación, intercambiando sus experiencias, expectativas y esperanzas.


Tamim Khalifa, 20 años, estudiante universitario:

“He estado en la plaza Tahrir tres veces desde que las protestas comenzaron. Estamos aquí para que se sepa la verdad y lograr el cambio de régimen, porque el régimen no puede cambiar de piel sin cambiar por dentro, y ahí está el presidente.”

“Es fantástico ver que nadie está asustado aquí.”

“Quiero que el presidente se marche y que un gobierno de coalición lleve las riendas del país y tutele los cambios de la Constitución hasta que podamos celebrar unas elecciones libres en septiembre. No creo que el presidente se marche, pero seguiré con las protestas.”

Mosaab El Shami, 20 años, estudiante universitario:

 “Las llamadas a la protesta en Internet me hicieron sentir que esto iba a ser algo grande, así que decidí unirme. Y el hecho de que las organizaran jóvenes en lugar de los partidos políticos fue lo que me animó a dar este paso.”

“Un chaval de instituto estaba llorando histérico, diciendo que a su hermano le habían disparado y matado por gritar ‘No hay otro Dios que Alá’ frente al ministerio de Interior. Otra persona iba invitando a todos los manifestantes que se encontraba a su boda en cuanto cayese Mubarak."
“No confío en que todos mis sueños y esperanzas se cumplan. Habrá algunos cambios para mejor, pero será un largo camino lleno de montones de obstáculos”.

Nadia El Awadi, 42 años, periodista:

"Vine a la plaza Tahrir a documentar, relatar y ser testigo de estos momentos históricos. He estado viniendo desde el 25 de enero, y ya he pasado tres noches aquí. La atmósfera en la plaza está llena de amor.”
“Por primera vez los egipcios sienten que el país les pertenece. Lo que Egipto está contemplando ahora es lo que hemos estado esperando todos estos años”.
“Este régimen pudo haber hecho algunas cosas bien en el pasado, pero eso no basta para borrar todas las cosas malas que hemos tenido que soportar. Creo que la marcha hacia la democracia nos llevará más de un año, pero espero que lo que ha sucedido nos haya puesto en el buen camino.
"Me siento como si estuviera sobre el muro de Berlín, con la democracia a un lado y la dictadura al otro, y espero que este muro caiga y podamos reconstruir Egipto.”

Mohammed Abdel-Aziz, 33 años, empresario:

“Me impresionó lo organizado y respetuoso que fue el grupo de los jóvenes del 25 de enero y lo pacíficas que fueron sus protestas. Espero que los jóvenes se calmen y se enorgullezcan de lo que han conseguido. También tienen que reagruparse y elegir un líder de entre ellos para comenzar el diálogo con el Gobierno para poder seguir avanzando”.

“El frente político va a ser testigo de una lucha por el poder diferente entre los distintos frentes en los días por venir, especialmente si se disuelve el parlamento”.

Tamer El Demerdash, 36 años, ingeniero:

“Llevo en la plaza los ultimo cuatro días. Los manifestantes mantienen la plaza limpia, comparten comida, y hay médicos llevando atención sanitaria a los heridos en el terreno.”

“Los matones nos siguen rondando. El jueves impedían a los manifestantes llevar comida o medicamentos a la plaza, los tiraban al Nilo, pero encontramos rutas alternativas para seguir trayendo suministros.”

“El presidente juega con nuestros sentimientos… y la televisión estatal egipcia está llena de mentiras. Estás usando la carta de los Hermanos Musulmanes para asustarnos, pero puedo asegurar que aunque ellos estén con nosotros, no nos están imponiendo sus ideas, y aunque lo intentaran, no les dejaríamos.”

Angham Abdel-Nasser, 19 años, estudiante universitario:
“No tengo afiliaciones políticas, pero aún así quería ir a la plaza Tahrir para participar en las protestas. Desgraciadamente mi familia no me quiso dejar por culpa de toda la violencia y los ataques a manifestantes.

“Quiero que toda la gente en la plaza Tahrir sepa que lo mejor que puede ocurrir ahora es el diálogo para alcanzar nuestros objetivos con las menores bajas posibles. Lo único que espero ahora es que el presidente Mubarak cumpla su palabra y los próximos siete meses pasen pacíficamente.”

Mohammed Tarek, 24 años:

“Vine a la plaza Tahrir junto con los millones de egipcios que están llegando de todas partes para poner fin a la humillación que viene sufriendo en las últimas décadas, y a contribuir a que Egipto se alce de nuevo.”

 “Fui testigo del terror del que fueron objeto los manifestantes por parte del régimen, antes de que intentaran manipularnos para que apoyásemos a este viejo presidente. Espero que Mubarak se marche, de hecho creo firmemente que se irá.”

Ahmed Salah, 34 años, doctor:
“Vine a la plaza Tahrir para ver yo mismo la verdad que este régimen está tratando de mancillar. Ví a los matones el miércoles entrar con camellos y caballos, y atacar a los manifestantes”.

“Había empezado como un hermoso día, e intentábamos convencer a nuestros compañeros manifestantes que habíamos conseguido lo que queríamos y que podíamos terminar las protestas, cuando empezaron los ataques, lo que lo cambió todo.”
“Quiero que los manifestantes se vayan a casa y que empiecen las negociaciones para una nueva Constitución, seguidas por elecciones anticipadas parlamentarias y presidenciales.”

http://es.noticias.yahoo.com/blogs/editorial/los-testimonios-desde-la-plaza-tahrir-ponen-voz-a-la-esperanza-egipcia-p7523.html

Thursday, February 3, 2011

"No quería matar a mis hermanos"

Mahmud tiene la cara hinchada y amoratada, sellada por un costurón que cubre el tiro que, atravesándole la mejilla y el labio, le ha partido la mandíbula. Otra bala entró y salió de su cuello sin atravesar ninguna arteria principal. Al final tuvo suerte.

El pasado viernes, el viernes de la cólera, cuando la policía antidisturbios tomaba las calles para contener a los manifestantes que pedían el fin del régimen de Mubarak, Mahmud estaba con ellos. "Me pidieron que disparara, pero no podía hacerlo. No quería hacerlo". Quiere explicarse entre susurros y al final termina pidiendo una hoja de papel donde escribir. "Estábamos tan cerca... Sabía que si disparaba mataría a alguien. No quería matar a mis hermanos".

No recuerda cómo fue exactamente, solo vio que su oficial le apuntaba y apretaba el gatillo. No sabe cuántas veces. Dos de las descargas hicieron blanco en su cabeza. Una de sus hermanas, Sayeda, cuenta que tiene 20 años, y él apunta con el dedo que tiene uno más. Después vuelve a colocar su mano bajo la cabeza para hacer el dolor más llevadero.

Lleva dos años cumpliendo el servicio militar y aquella noche estaba con los soldados del cuerpo policial de antidisturbios. Esta unidad se nutre de las clases sociales más bajas del país y recluta a jóvenes en su mayoría analfabetos que son aleccionados, en algunos casos, a partir de los 16 años. Los que no tienen estudios universitarios muchas veces entran como voluntarios tratando de esquivar la elevada tasa de paro juvenil que hay en el país. También muchos de los que cumplen el servicio militar obligatorio acaban en las filas de las fuerzas de seguridad.

La madre de Mahmud no quiere que hable con periodistas. Se golpea la cabeza y protesta. Su hermano pide que contemos su historia dando un nombre falso. Un policía de paisano registra de vez en cuando las habitaciones tratando de evitar que algunos de los heridos, "todos de bala", según el médico responsable, hablen con los medios internacionales.

Esta familia de agricultores con siete hijos vive en un pueblo de Alejandría. Hasta ayer no supieron nada de su hijo que estuvo en coma desde el viernes. Solo cuando Mohamed despertó consiguió que alguien avisara a sus padres y hermanos. "No quiero seguir en esta situación", escribe en el papel. ¿Y Mubarak? "Si tiene que irse, que se vaya", anota, "pero entre nosotros no podemos matarnos", concluye.

Muchos de los que se encuentran en este centro son policías que recibieron disparos de compañeros u oficiales que les ordenaban disparar contra los manifestantes.

Fuera de foco acepta contar su historia Ahmed. Se hace la foto y su hermano -"él aún está en estado de shock"-, relata lo sucedido. "Estaba de reserva en la zona del palacio de Abdeen, caminando hacia la plaza de la Liberación cuando les ordenaron cargar sus armas y disparar".

Él se negó a hacerlo. "Fue entonces cuando les amenazaron con un juicio militar si no obedecían las órdenes y muchos de ellos se lanzaron sin pensar", cuenta Abdala, un observador de derechos humanos que ha estado visitando los centros hospitalarios en busca de testimonios.

Las organizaciones de derechos humanos consideran que el número de muertos durante esos días podría ascender a dos centenares, los heridos superan el millar. "Uno de sus oficiales apuntó hacia él y le disparó en la barriga cuando se daba la vuelta", asegura . "Lo único que quería era acabar mi servicio militar e irme a casa", balbucea Ahmed. "No soy un asesino", añade. "Tengo cuatro hijos, queremos paz, queremos a Mubarak", grita la madre de Ahmed. "Queremos que acabe su servicio y que vuelva a casa", se lamenta.
Ahmed, alterado por el nerviosismo de la mujer, cambia de parecer y dice que el oficial iba disparando al aire huyendo de los manifestantes y que le pudo "dar por error". Su hermano niega con la cabeza. Aún le quedan dos años para saldar cuentas con la milicia y no quiere tener problemas.

http://www.elpais.com/articulo/internacional/queria/matar/hermanos/elpepiint/20110203elpepiint_7/Tes

Wednesday, February 2, 2011

El millón de El Cairo

Parece a punto de girar la gran placa tectónica del mundo árabe. En su centro, Egipto, bulle la mayor urbe del universo islámico, El Cairo; y en su corazón, la plaza Tahrir, donde en 1967 se concentró más de un millón de egipcios para rogar al gran líder panárabe, Gamal Abdel Nasser, que retirara su dimisión tras la desastrosa guerra de junio de aquel año. A las tres de la tarde de ayer aún afluían manifestantes a la plaza respondiendo a la convocatoria de la oposición para pedir esta vez todo lo contrario: la dimisión del presidente-dictador Hosni Mubarak, pero con la tácita intención de emular o batir aquella marca histórica. Y en ese alvéolo central se dirime un futuro que afectará a los movimientos de protesta democrática en Siria, Jordania, Yemen, y como en una retroalimentación, Túnez, donde un día, quizá se diga, comenzó todo.

El presidente egipcio se aferra a los vestigios del poder y, presionado por Washington que, por fin, pide democracia, trata de negociar con un movimiento que, aunque surgió con fuerza repentina tras el derrocamiento de Ben Ali en Túnez, estaba esperando su momento. Por eso, entre los que ayer desfilaban por Tahrir había dirección y pensamiento. Las organizaciones principales eran el Movimiento Seis de abril, dirigido por un técnico de la construcción, Ahmad Maher -¿un Lech Walesa?- que toma su nombre de un alzamiento duramente reprimido en Mahalla, ciudad del Delta, en esa fecha de 2008, y que está integrado por obreros del textil y sindicalistas, mayoritariamente laicos; una fuerza que se reclama de un universitario abatido por la policía; la tropilla de intelectuales y funcionarios en torno al Nobel de la Paz, Mohamed el Baradei, cabeza aparente de la protesta; y la gran masa de maniobra de la Hermandad Musulmana, integrista pero democrática, que en las últimas elecciones en las que pudo participar obtuvo 88 de los menos de 100 escaños en que competía.

Los manifestantes estaban ayer convencidos de que iban a ganar porque tras el comunicado del Ejército excluyendo toda represión, Mubarak no puede convertir la plaza en una segunda Tiananmen de Pekín, tumba de la protesta popular china en junio de 1989.

Egipto ha recorrido un largo camino para llegar hasta las puertas del gran cambio que incesantemente persigue, y del que la marcha de ayer es la última exhalación. La primera desbordó las calles en 1919 para clamar contra la potencia dominante, Reino Unido, y sus paniaguados nacionales. Proclamada en 1922 por los británicos una independencia puramente formal, la monarquía bajo la presión del primer partido moderno del país -Wafd- ensayó como respuesta un parlamentarismo de elecciones trucadas hasta que en 1952, el Ejército, nacionalista y no alineado, tomaba el poder para proclamar la república. En 1954 Nasser lanzaba la segunda tentativa instaurando un socialismo árabe, que aunque hizo la reforma agraria, y construyó la presa de Asuán para dominar el gran río, tampoco procuró libertad ni progreso. Anuar el Sadat, que le sucedió a su muerte en 1970, probó en estrecha sumisión a Washington -"querido Henry" llamaba al secretario de Estado Henry Kissinger- la infitah, o liberalismo económico, y en 1979 firmaba una paz con Israel que retiraba a Egipto del campo de batalla haciendo así imposible que ningún país árabe pudiera enfrentarse al Estado sionista. Pero la corrupción y el amiguismo llevaron a una primera revuelta que en 1977 sacó al Ejército a la calle, con un saldo que la oposición elevaba a 900 muertos.

Mubarak, sucesor de Sadat asesinado en 1981, para consolidarse ante Washington seguía prestando inestimables servicios al Gobierno de Tel Aviv con la ecuanimidad que no distingue conocido de pariente entre israelíes y palestinos, en su eterna mediación de paz y bloqueo de la franja de Gaza. Israel escruta hoy con inquietud los acontecimientos porque teme que un poder democrático en El Cairo sea mucho menos obsequioso que la dictadura. Es corriente oír de bocas israelíes que no habría conflicto con el mundo árabe si éste fuera democrático. Pero ocurre exactamente lo contrario. Si entre los árabes reinara la democracia su reivindicación de los derechos palestinos sería la misma, solo que mil veces más convincente porque estaría formulada en libertad. La suerte de Israel es que la democracia se le resista al mundo árabe. La de la plaza Tahrir, apropiadamente llamada de la Liberación, es la cuarta oleada. La larga búsqueda de un pueblo que merecía mejor suerte, podría estar tocando a su fin.

http://www.elpais.com/articulo/internacional/millon/Cairo/elpepiint/20110202elpepiint_9/Tes