Sunday, September 9, 2012

Mi vida como ‘tongqi’

Xiao Qiong se casó hace tres años con el amor de su vida, pero nunca se ha acostado con él. Ni siquiera se han besado. Su marido es homosexual y ella lo sabía desde el principio. Pero, tradicional hasta la médula como es, educada para sobresalir en la escuela, convertirse en una esposa abnegada y no alzar la voz en casa jamás, creyó que eso de ser gay era una moda y que ya se le pasaría. (...) Se define como una tongqi —término de argot que se forma a partir de tongzhi (literalmente, camarada, pero también se emplea para identificar a un hombre homosexual), y qizi (esposa)—, aunque nunca pronuncia esta palabra en público. No es un término ofensivo, pero le resulta humillante que la gente lo sepa porque nada en la vida le importaba tanto como casarse. Desde pequeña soñaba con el día de su boda y tenía planeada la ceremonia al detalle: sería junto al mar, no con el típico qipao o vestido tradicional rojo de novia, sino con un vestido de cola blanco, como las princesas y “las modelos de la Vogue”. Se descalzaría y bailaría sobre la arena con su marido mientras al fondo se ponía el sol. Ese era su plan. Desde pequeña se había empleado a fondo para ser un día la chica descalza de la playa, con el velo al viento. Al final todo le salió al revés.
Es difícil determinar con exactitud cuántas tongqi hay en China. Se cree que unos 16 millones de mujeres están casadas con homosexuales, pero podrían ser muchas más. Muchos homosexuales llevan una doble vida porque el coste de salir del armario es demasiado alto. La tolerancia que se practicaba en la antigüedad contrasta con el conservadurismo del último medio siglo.
Durante las dinastías Song, Ming y Qing, como en la Grecia antigua, el amor entre hombres era común, pero siempre se revestía de metáforas y ambigüedad. Algunos poemas hablan también de relaciones íntimas entre mujeres a las que separaban luego para que se casaran. La primera ley homófoba entró en vigor en 1740, durante la dinastía Qing, aunque los gais no fueron perseguidos sistemáticamente hasta 1949, con el nacimiento de la República Popular. Para el maoísmo, los gais eran contrarrevolucionarios, habían abrazado una perversión capitalista y, por tanto, había que eliminarlos. En el mejor de los casos los obligaban a casarse con una mujer y a tener hijos. En el peor, los castraban, torturaban o condenaban a trabajos forzados durante décadas. Los parques, las saunas y los retretes públicos se convirtieron en lugares de encuentros clandestinos entre hombres.
Ser gay siguió siendo delito hasta 1997 y solo al cabo de otros cuatro años dejó de describirse como una enfermedad mental. Hoy los homosexuales siguen sin poder donar sangre porque se les considera un grupo peligroso. Existen bares, asociaciones de apoyo y alguna revista gay, pero es un circuito muy limitado. Para la sociedad china, profundamente confuciana, casarse y procrear es fundamental. En el ámbito rural, los homosexuales que se niegan a contraer matrimonio para guardar las apariencias se exponen a un calvario. La sexóloga He Xiaopei, del colectivo gay Pink Space, me contó consternada que no sabía cómo ayudar a un campesino de 35 años de Sichuan, a tres mil kilómetros al suroeste de Pekín. El hombre vivía en una aldea remota y llevaba días llamándola: sus vecinos se habían enterado de que era homosexual y no había salido de su casa en varios meses por miedo a que lo lincharan.
Sincerarse es muy complicado. Muy poca gente se aventura a contarlo en casa. Cuando se acerca el Año Nuevo lunar, fecha en la que se reúnen las familias, empieza a aumentar la presión para los solteros en general, pero sobre todo para los homosexuales. Son conscientes de que en algún momento de la cena un familiar les preguntará por qué no tienen pareja y a qué esperan para encontrarla. Desde hace unos años, muchos gais y lesbianas se ponen en contacto a través de foros especiales de Internet y pactan falsos noviazgos. Van primero a casa de uno y después del otro para calmar a las familias respectivas, luego se vuelve cada uno a su hogar, y tan amigos. Al cabo de unas semanas anuncian que han roto o bien se casan y viven separados, pero mantienen las apariencias en las fiestas de guardar. (...)
Casarse con Xu Bing significaba para ella una mezcla de muchas cosas: sentirse útil al ayudar a un amigo con problemas, abandonar el nido familiar, dejar de verse como una perdedora social y tener con quien alquilar, por fin, una barca de remos en el parque. Pero, sobre todo, suponía una victoria histórica después de tanto tiempo, un final feliz en su novela rosa particular.
Las primeras discrepancias surgieron cuando empezaron a organizar la boda. Xiao Qiong no acababa de quitarse de la cabeza la playa, el velo, los invitados riendo y las luces indirectas. Xu Bing quería firmar un papel. Había conocido a un chico que le gustaba y lo que más le apetecía era brindar con él por su libertad. (...)
Fue una mañana de invierno. Después de firmar el certificado de matrimonio, comieron en un hotel, sin más pompa que la de cualquier cumpleaños. Los padres de ella y los padres de él, ni un invitado más. El novio llevó a cabo el ritual de servirle el té a sus suegros. Mientras llenaba los vasos, exclamó: “Padre, quédese tranquilo. Voy a cuidar de Xiao Qiong”. A la novia se le revolvió el estómago pero no dijo nada.
Después de la cena, acompañaron a los mayores a sus coches. Cuando los vieron alejarse, Xiao Qiong y Xu Bing también se dijeron adiós. Ella se fue a su piso y pasó su noche de bodas viendo la televisión y comiendo cacahuetes. Él se marchó al apartamento de su novio, donde se instaló desde el primer día. (...)
A Xiao Qiong le gusta que quedemos para pasear. Cuando empieza a andar no para: pueden pasar horas antes de que decida sentarse. Dice que así se relaja y que le viene bien para dormir. Lleva meses tomando infusiones de hierbas y raíces que su médico le prepara para conciliar el sueño. (...) “Creo que estoy angustiada desde la boda”, dice. “No tuve ni anillo, ni luna de miel, ni fiesta en condiciones y me siento frustrada. Cuando vi que ni siquiera pasaba la noche de bodas conmigo, me di cuenta de que no había ganado nada casándome, pero era como una espiral de la que no sabía cómo salir”.
Del libro Hablan los chinos (Aguilar), de Ana Fuentes, excorresponsal de la cadena SER en Pekín, que se publica el 19 de septiembre.

Wednesday, August 22, 2012

¿Son seguros los antiinflamatorios que tomamos habitualmente?

En algunos casos, como en el del ibuprofeno, hemos pasado de un consumo mínimo (0’33 dosis por cada 10.000 habitantes y día (o DHD)en 1990) a una auténtica explosión consumista de este principio activo (15,33 DHD en 2003).


Este aumento ha permitido, entre otras cosas, empezar a encontrarnos, de forma más o menos regular, con los efectos secundarios propios del consumo crónico de AINEs.


Los AINEs afectan a la función renal

Los AINEs aumentan el riesgo de padecer una insuficiencia renal hasta en 4 veces, cuando son consumidos de forma mantenida durante, al menos, un mes. Diversos factores hacen más fácil la aparición de una insuficiencia renal; a saber:
-         Que el paciente padezca de insuficiencia renal crónica (se agrava la función renal de forma importante en esta situación).
-         Que esté diagnosticado de una insuficiencia cardíaca.
-         Que padezca cirrosis hepática.
-         Que la persona presente una caída de la cantidad de líquido circulante (hipovolemia). De ahí que deberíamos evitar los AINEs, en especial, en los meses veraniegos.
-         Que además la persona sea hipertensa, y especialmente, si está tomando medicamentos del grupo de los IECAs (todos los acabados en –pril), ARA-II (los terminados en –sartan) o determinados diuréticos.


¿Hay alguno más seguro que los demás a la hora de prevenir la insuficiencia renal?

Parece ser que no; que todos, en más o menos igual medida, predisponen a los individuos especialmente susceptibles, a caer en insuficiencia renal aguda.


Retención de líquidos (edemas)

De por sí, ya suele ser molesta la retención de líquidos en forma de edemas. Éstos suelen depositarse en lugares “declives”, como los tobillos, piernas y pies.


Pero los edemas son especialmente perniciosos en determinados casos: En aquellas personas que, afectas de una insuficiencia cardíaca, tienen dificultades en movilizar el líquido corporal que corre por sus vasos sanguíneos. Más aún, si este líquido aumenta de forma importante, en forma de edemas.
Los AINEs, de hecho, aumentan el riesgo de caer en insuficiencia cardíaca en personas susceptibles (con insuficiencia renal, diabetes o hipertensión) hasta en dos veces. De ahí que, en estos pacientes, deban ser convenientemente evitados.


Aumentos de la tensión arterial y descompensación de la misma

El sustrato que lo explica es el mismo que en el caso anterior: La retención de líquidos, tanto fuera de los vasos (edemas), como dentro de los mismos (aumento de la tensión que soportan éstos).


Especialmente predispuestos al aumento de tensión aquéllas personas que, ya de base, tengan la tensión alta; y, como hemos visto, aquéllos que lleven determinados tratamientos para su tensión arterial (IECAs, ARA-II o diuréticos).
No queda claro si alguno de los AINEs utilizados es más pernicioso en este sentido que los demás. Por tanto, mejor evitarlos en estos casos.


Daño a nivel hepático (o hepatotoxicidad)

Los estudios consultados sugieren que los AINEs tienen cierta tendencia a dañar la función hepática. En especial, si son consumidos de forma crónica. En concreto, se ha visto que la lesión hepática aguda que requiere hospitalización, y cuya causa es el consumo habitual de AINEs, se sitúa en nueve casos por cada 100.000 personas y año.

Así mismo, como sucede en el anterior apartado, no parecen haber diferencias entre los diversos antiinflamatorios a la hora de producir tal efecto.


Riesgo cardiovascular (infartos, embolias…)

Varios (múltiples, en realidad) son los estudios que se han dedicado a buscar la posible relación entre el consumo de AINEs y la aparición de un evento cardiovascular. Los resultados, pese a que muestran cierta tendencia a relacionar ambos hechos, no son tan contundentes como los descritos anteriormente. Lo que sí parece claro es que el naproxeno es el que aporta menos riesgo cardiovascular (dejando claro que cualquier AINE, por el hecho de subir la tensión arterial, ya comporta cierto riesgo), seguido del ibuprofeno. Y el resto de AINEs, en este sentido, tienen un perfil no tan seguro.

Dr. Francisco Marín / Foto: © Thinkstock

http://es.tendencias.yahoo.com/seguros-antiinflamatorios-tomamos-habitualmente-100000494.html

Monday, June 18, 2012

Mitos y realidades del harén otomano

En el Palacio de Topkapi, en Estambul, está el que sin duda es el harén más famoso del mundo, el de los sultantes que gobernaron el Imperio Otomano entre los siglos XV y XIX. Pero desde esta semana, y hasta el 15 de octubre, los visitantes veraniegos podrán ver además la exposición titulada «Harén: la casa del sultán», que trata de desmontar mediante el rigor histórico algunos de los mitos acerca de este tipo de recintos.

«Este lugar poco conocido fue siempre objeto de curiosidad, particularmente para los europeos, que inventaron historias y pintaron escenas imaginarias sobre la vida en el harén», dice la introducción a la exhibición. Dicho de otro modo: gran parte de la imagen que ha perdurado sobre los harenes turcos es fruto de la invención de los viajeros románticos y victorianos, provenientes de una Europa sexualmente muy reprimida.

Según muestra la exposición, se trataba de una sección palaciega vetada a casi todo el mundo («harén» viene de la palabra árabe «haram», «prohibido») habitada por la familia directa del gobernante en el trono. Pero no todo es mito: la presencia de jóvenes concubinas llamadas «cariyeler», de las que el sultán podía disponer a voluntad, es una realidad histórica. Y aunque muchas de ellas jamás llegaban a yacer con él, son célebres casos como el del sultán Murat II, que llegó a tener 112 hijos de sus múltiples consortes.

Trofeos de guerra o regalos

Las muchachas provenían de familias no musulmanas de los confines del imperio, «como trofeos de guerra o regalos», y eran educadas en etiqueta, principios del islam, música y canto, entre otras cosas. Las más bonitas e inteligentes eran seleccionadas para convertirse en esposas del sultán, mientras que otras se casaban con altos funcionarios imperiales. La mayoría, sin embargo, eran empleadas como sirvientas.
No obstante, se les pagaba por su trabajo. Tras nueve años de servicio, se les permitía marcharse para casarse, y los gastos de la boda eran abonados íntegramente por el sultán, según explica la exposición. Ésta aborda también la figura de los eunucos, normalmente esclavos etíopes encargados de guardar las entradas del complejo, y cuyo jefe era una figura de gran autoridad, tan sólo por debajo del Gran Visir y el experto en leyes.

En las vidrieras se exhiben numerosos objetos de la vida cotidiana de los harenes: jofainas, joyas, caftanes de seda… Pero se pasa por alto una de las características más interesantes de estos lugares: dado que en el Imperio Otomano no existía el derecho sucesorio del primogénito, cada uno de los hijos del sultán podía optar al trono, lo que desataba cruentas intrigas palaciegas. Envenenamientos, asesinatos y falsos accidentes eran la norma. Algo de lo que no nos enteraremos por esta exposición, que es para todos los públicos.