Monday, June 18, 2012

Mitos y realidades del harén otomano

En el Palacio de Topkapi, en Estambul, está el que sin duda es el harén más famoso del mundo, el de los sultantes que gobernaron el Imperio Otomano entre los siglos XV y XIX. Pero desde esta semana, y hasta el 15 de octubre, los visitantes veraniegos podrán ver además la exposición titulada «Harén: la casa del sultán», que trata de desmontar mediante el rigor histórico algunos de los mitos acerca de este tipo de recintos.

«Este lugar poco conocido fue siempre objeto de curiosidad, particularmente para los europeos, que inventaron historias y pintaron escenas imaginarias sobre la vida en el harén», dice la introducción a la exhibición. Dicho de otro modo: gran parte de la imagen que ha perdurado sobre los harenes turcos es fruto de la invención de los viajeros románticos y victorianos, provenientes de una Europa sexualmente muy reprimida.

Según muestra la exposición, se trataba de una sección palaciega vetada a casi todo el mundo («harén» viene de la palabra árabe «haram», «prohibido») habitada por la familia directa del gobernante en el trono. Pero no todo es mito: la presencia de jóvenes concubinas llamadas «cariyeler», de las que el sultán podía disponer a voluntad, es una realidad histórica. Y aunque muchas de ellas jamás llegaban a yacer con él, son célebres casos como el del sultán Murat II, que llegó a tener 112 hijos de sus múltiples consortes.

Trofeos de guerra o regalos

Las muchachas provenían de familias no musulmanas de los confines del imperio, «como trofeos de guerra o regalos», y eran educadas en etiqueta, principios del islam, música y canto, entre otras cosas. Las más bonitas e inteligentes eran seleccionadas para convertirse en esposas del sultán, mientras que otras se casaban con altos funcionarios imperiales. La mayoría, sin embargo, eran empleadas como sirvientas.
No obstante, se les pagaba por su trabajo. Tras nueve años de servicio, se les permitía marcharse para casarse, y los gastos de la boda eran abonados íntegramente por el sultán, según explica la exposición. Ésta aborda también la figura de los eunucos, normalmente esclavos etíopes encargados de guardar las entradas del complejo, y cuyo jefe era una figura de gran autoridad, tan sólo por debajo del Gran Visir y el experto en leyes.

En las vidrieras se exhiben numerosos objetos de la vida cotidiana de los harenes: jofainas, joyas, caftanes de seda… Pero se pasa por alto una de las características más interesantes de estos lugares: dado que en el Imperio Otomano no existía el derecho sucesorio del primogénito, cada uno de los hijos del sultán podía optar al trono, lo que desataba cruentas intrigas palaciegas. Envenenamientos, asesinatos y falsos accidentes eran la norma. Algo de lo que no nos enteraremos por esta exposición, que es para todos los públicos.