Todos tenemos grabada en nuestra retina la imagen de miles de
esclavos trabajando bajo el látigo para levantar las pirámides de
Egipto, pues esa imagen tiene más de licencia artística que de realidad.
Claro está que en Egipto había esclavos, la mayoría de ellos
prisioneros de guerra, pero no eran la fuerza de trabajo principal de la
sociedad egipcia ni de sus construcciones funerarias. El trabajo en Egipto estaba remunerado.
A nadie le sorprenderá si digo que el Nilo o, mejor dicho, su crecida
anual y la correspondiente inundación de los campos de cultivo que lo
circundaban, determinaba el día a día en los quehaceres de los egipcios.
Construyeron canales, diques y embalses para controlar las inundaciones
y, de esta forma, atenuar las problemas cuando las crecidas eran
excesivas, además de aumentar las superficies de cultivo. Durante las
inundaciones los campesinos no podían trabajar en sus campos y los
faraones los contrataban para trabajar en las pirámides.
Además, hay dos pruebas que evidencian que eran trabajadores asalariados y no esclavos:
1.- En la época de Ramsés III (1198 – 1166 a.C.) tuvo lugar la primera acción sindical masiva de la historia: una huelga.
Según un papiro que se conserva en el Museo Egipcio de Turín la huelga
se debió al retraso de las raciones alimenticias que formaban parte de
los sueldos de los obreros. Los trabajadores llevaban más de veinte días
sin recibir el sustento porque el gobernador de Tebas oriental y sus
seguidores habían interceptado el envío. Cuatro meses después, el
conflicto se reavivó. La entrega de alimentos se había demorado de
nuevo, esta vez dieciocho días, y los obreros se vieron obligados a
reclamar lo que era suyo. Por esta razón interrumpieron el trabajo y se
dirigieron al templo de Thutmose III en Medinet Habu, donde presentaron sus quejas, exigiendo que el propio faraón fuera informado y proclamando:
[…] Hemos llegado a este lugar por causa del hambre y de
la sed, por la falta de ropa, de pescado, de hortalizas. Escríbanlo al
Faraón ¡Háganlo para que podamos vivir!
¿Pensáis que si fuesen esclavos se habrían permitido o, mejor dicho, les habrían permitido hacer una huelga?
2.- Los trabajadores de las pirámides estaban
organizados por grupos de unas 40 a 60 personas que podían aumentar en
momentos puntuales por “necesidades del servicio“, dirigidos cada uno
por un capataz y supervisando la obra un escriba. Éste, además de la
supervisión, tenía también labores de administrador pues debía llevar “los papiros de la contabilidad“: se anotaba la marcha de los trabajos, el material que se necesitaba y el que se iba utilizando… y las ausencias de los trabajadores con sus correspondientes motivos. De entre las causas que podíamos llamar justificadas estaban:
Embalsamar a un ser querido.
Picadura de escorpiones.
Fabricar cerveza para una celebración.
Embriaguez.
Haber recibido una paliza de su mujer en una discusión conyugal…
¿Pensáis que si fuesen esclavos estos motivos habrían servido para
justificar ausentarse en el trabajo? Vamos, a ningún esclavo se le
habría ocurrido decir que no iba a trabajar porque la noche anterior se
había pasado con la cerveza o porque su mujer le había dado una paliza.
Tal día como hoy hace 400 años, la madrugada del 21 de junio de 1582, Oda Nobunaga,
el hombre más poderoso de Japón, caía víctima del ataque a traición de
uno de sus generales. Nobunaga estaba pernoctando plácidamente en el templo de Honnoji, en el centro mismo de Kyoto, cuando Akechi Mitsuhide
lo asaltó por sorpresa con sus huestes y pasó a cuchillo a todo al que
encontró tras sus muros. A la mañana siguiente el fuego había arrasado
Honnoji hasta los cimientos; el cadáver de Oda Nobunaga jamás apareció.
La leyenda dice que tuvo tiempo de hacerse el seppuku antes de
desaparecer entre las llamas. La traición de Mitsuhide estuvo a punto de
echar al traste el proceso de unificación del país y abocar a Japón a
otros cien años de guerras civiles. El llamado Incidente de Honnojies el magnicidio por excelencia de la Historia japonesa.
Y, al igual que sucede con otros asesinatos famosos, como el de Abraham
Lincoln o el de JFK, está lleno de misterios y cuestiones por resolver.
Con Nobunaga muerto y el clan Oda descabezado, el imperio estuvo al
borde del colapso. En el momento del magnicidio, a mediados de 1582, Oda Nobunaga tenía prácticamente medio Japón bajo su control,
y estaba a punto de someter al otro medio. Había parado a hacer noche
en Honnoji antes de reunirse con el grueso de sus tropas y partir a la
batalla, una batalla que, según todos los indicios, iba a ser la llave
que le abriera la puerta de la unificación definitiva del imperio. De no
haber muerto esa noche en Honnoji, Nobunaga seguramente habría culminado sin excesivos problemas la conquista de Japón entero. Su prematura desaparición retrasó la unificación del país del sol naciente otros 20 años. Serían su lugarteniente Toyotomi Hideyoshi y su aliado Tokugawa Ieyasu quienes terminarían su obra. Akechi Mitsuhide ha pasado a la Historia como el asesino de su señor Nobunaga
Y todo por el ataque a traición de uno de sus mejores y más apreciados comandantes, Akechi Mitsuhide. ¿Qué pudo impulsar a Mitsuhide a cometer tal infamia?
La pregunta no tiene fácil respuesta, y no en vano lleva suscitando la
curiosidad de historiadores y aficionados al mundo del Japón feudal
durante los últimos cinco siglos. Cualesquiera que fueran sus razones,
Mitsuhide se las llevó con él a la tumba. Pero de sus actos se pueden
extraer algunas pistas, en base a las cuales trazar hipótesis que, quién
sabe, tal vez nos acerquen un poco a la verdad. A lo largo de los
siglos se han apuntado teorías de todo tipo para explicar el misterio que
se oculta tras el Incidente de Honnoji. Desde las más razonables hasta
las más bizarras, vamos a dar un repaso a las más populares y ver qué
hay de cierto en cada una de ellas.
Antecedentes de la tragedia
Antes de entrar en harina, es necesario colocar a los protagonistas de la historia sobre el tapete. Oda Nobunaga, el primero de los héroes de la unificación de Japón, apenas necesita presentación. Ya hemos hablado de él largo y tendido en otros artículos de este blog. Baste decir que, en el momento que nos ocupa, se encontraba en el punto álgido de su carrera.
Como ya hemos dicho, tenía medio país en un puño y estaba en un tris de
conquistar las provincias que le faltaban. Nadie en Japón dudaba de que
iba camino de lograrlo. Parecía un destino inevitable.
Nadie excepto uno de sus propios generales, Akechi Mitsuhide,
el otro gran protagonista de esta tragedia. Mitsuhide (1528 – 1582)
había servido a otros señores antes de jurar lealtad a Nobunaga, cosa
habitual entre los samuráis de la era Sengoku. Sus buenos contactos en Kyoto y su maña para tareas diplomáticas
le habían dado interesantes réditos a Nobunaga, y este le había pagado
sus servicios generosamente con tierras y castillos. Mitsuhide era un
administrador más que competente, un buen comandante de tropas y,
además, un tipo culto y con inquietudes artísticas, lo que le ayudaba a moverse como pez en el agua en los elegantes ambientes cortesanos de la capital. Estaba razonablemente bien posicionado dentro del organigrama de poder del clan Oda, y puede decirse que era uno de los vasallos más apreciados por Nobunaga. A priori, no parecía tener motivos para querer rebelarse contra su señor. La imagen de Oda Nobunaga en el imaginiario colectivo japonés ha quedado irremisiblemente asociada al fuego
Por desgracia para el clan Oda, la Historia acabaría por demostrar lo
contrario. En la primavera de 1582, Mitsuhide recibió orden de
Nobunaga de movilizar a sus tropas y partir al frente para reforzar aHideyoshi en su batalla contra los Mori, en las provincias occidentales. Hashiba Hideyoshi
(aún no había adoptado el rimbombante apellido “Toyotomi”), otro de los
generales predilectos de Nobunaga, estaba empantanado en su intento de
avance por el Oeste de Japón. La campaña duraba ya varios años y se
acercaba a su punto culminante. El poderoso clan Mori, señores de
aquellas tierras, era un adversario formidable, pero parecía a punto de
hincar la rodilla. En el sitio al castillo de Takamatsu se iba a decidir la suerte de toda la campaña,
y la misión de Mitsuhide era, precisamente, comandar los refuerzos para
la batalla definitiva. Nobunaga partiría también al frente días después
con el grueso de sus fuerzas, y una vez en Takamatsu él en persona se pondría al mando para asestar el golpe de gracia a los Mori. Aquí hablamos en detalle de este famoso asedio, que tendría consecuencias de importancia capital para el futuro de Japón.
Terminados los preparativos, Akechi Mitsuhide patió al frente con sus
legiones, según lo ordenado. Pero, al llegar a los aledaños de Kyoto,
en vez de tomar la ruta de Kameyama, rumbo a las provincias occidentales
donde lo aguardaba Hideyoshi, se desvió y fue hacia el Este, hacia Kyoto.
La noche del día 1 del Sexto mes (20 de junio según nuestro calendario)
llegaron a la cima del monte Oinoyama, desde donde la capital quedaba a
tiro de piedra. Allí, Mitsuhide informó a sus soldados de que el
adversario al que iban a combatir no estaba en tierras de los Mori. Su verdadero enemigo estaba en Honnoji. Su presa, sobre la que iban a caer con toda su furia aquella noche, era su señor Nobunaga.
Magnicidio en Honnoji
El templo de Honnoji era uno de los lugares preferidos por Nobunaga
para alojarse cuando visitaba la capital. Aquella noche se encontraba
allí pernoctando plácidamente, como tantas otras veces. Una parada
técnica, un pequeño alto en el camino antes de reunirse con sus
mesnadas. Al día siguiente pondría rumbo al frente para unirse a
Hideyoshi y Mitsuhide, según el plan. Apenas protegido por una reducida guarnición, Nobunaga había pasado la noche disfrutando de la ceremonia de té con amigos y huéspedes distinguidos,
que se habían acercado hasta Honnoji a visitarlo y a desearle suerte en
sus próximas conquistas. Tal ambiente de distensión no debe
sorprendernos. La ciudad de Kyoto se encontraba en el corazón mismo de
sus dominios. Allí estaba rodeado de aliados, con su propio castillo de Azuchi a menos de un día de camino. No tenía razones para temer peligro alguno. A menos, claro, que el peligro proviniera de sus propias filas. El asalto de Mitsuhide, en plena madrugada, pilló por sorpresa a Nobunaga y a su séquito
En la madrugada del 21 de junio, con las primeras
luces del día, Mitsuhide cruzó el río Katsura para entrar en
Kyoto como Julio César cruzó el Rubicón 1500 años atrás. Sus hombres no
tardaron en rodear Honnoji y caer sobre él por los cuatro costados con
gran estruendo. A tan altas horas de la madrugada, todos dormían aún a
pierna suelta. La sorpresa en el campo de los Oda fue tal que, en un
principio, pensaron que el tumulto se debía a alguna reyerta entre sus
propios hombres. El fuego de los arcabuces y la visión de las enseñas
Akechi ondeando al viento pronto los sacaron de su error.
Superados abrumadoramente en número, los pajes y todo el séquito de Nobunaga se batieron hasta el último hombre. Él mismo luchó a brazo partido
hasta que las heridas le impidieron sostener siquiera la lanza. Cuando
juzgó que todo estaba ya perdido, se retiró al interior del templo y,
entre las llamas, se dio muerte por su propia mano. Ota Gyuichi, principal biógrafo de Nobunaga, nos lo cuenta en su Shincho Koki (“Crónicas del Señor Nobunaga”):
“Nobunaga tomó su arco y empezó a disparar, pero tras
dejar volar unas cuantas flechas la cuerda se rompió. Parecía haber
llegado su momento. Tomó después una lanza y siguió luchando, pero
sufrió una herida en el codo y hubo de retirarse. Sus mujeres habían
permanecido con él en todo momento pero, viendo que el final estaba
cerca, les ordenó que escaparan. (…) Las llamas pronto envolvieron todo
el edificio. Nobunaga se encerró en una pequeña habitación y allí se
rajó el vientre con total serenidad. Se diría que no quiso que nadie
viese sus últimos momentos.”
Si a Nobunaga le dio o no tiempo a quitarse la vida antes de que los
samuráis de Akechi dieran con él, es uno de los grandes misterios de la
Historia de Japón. Lo único cierto es que su cuerpo nunca apareció, consumido para siempre por las llamas de Honnoji. Es posible que, efectivamente, Oda Nobunaga se despidiera de este mundo haciéndose el seppuku, como samurái que era. Arrebatarle al enemigo el placer de alzarse con su cabeza como trofeo fue la última y póstuma victoria del gran conquistador de Japón.
El día después
Al despuntar la mañana no quedaba en Honnoji piedra sobre piedra.
El fuego lo había arrasado todo. Otras llamas igualmente mortíferas,
las de la rebelión que había emprendido Mitsuhide, amenazaban
con en extenderse por todo el imperio. Escasas horas después, Oda Nobutada, primogénito y heredero de Nobunaga,
caía víctima de otro contingente de tropas Akechi que lo atacaron por
sorpresa en el cercano castillo de Nijo, a tiro de piedra del mismo
Honnoji. El caos se adueñó de la capital y las provincias aledañas.
La gran obra de unificación nacional por la que Nobunaga había porfiado
los últimos 30 años estaba a punto de derrumbarse como un castillo de
naipes. Como buen samurái, Nobunaga vendió cara su piel y luchó hasta el último momento
El golpe de Mitsuhide había sido magistral. En un solo día había descabezado al clan Oda y puesto en jaque al propio status quo del país. Lo que faltaba por ver era cómo pensaba capitalizar ese éxito inicial. Mandó emisarios a los grandes daimyo
del país para informarles de lo sucedido y atraerlos a su
bando. Mitsuhide había logrado una victoria espectacular, pero sabía que
su situación era harto peligrosa. Los vasallos del clan Oda no
tardarían en movilizarse para vengar a su señor caído, y quienquiera que
lograse la cabeza del traidor tendría la pole position para suceder a Nobunaga como amo y señor de Japón. Mitsuhide necesitaba aliados, y los necesitaba cuanto antes. Movió sus contactos en la corte imperial, donde siempre estivo bien relacionado, y llegó incluso a autoproclamarse shogun. Once años después de que la dinastía Ashikaga desapareciera del mapa, Japón volvía a tener un shogun.
Pero el título no le sirvió demasiado a la hora de atraerse las
simpatías del personal. Nadie se atrevió a ponerse de lado del
usurpador.
En cuanto Hideyoshi se enteró de lo sucedido en Honnoji, no perdió el
tiempo. Levantó el sitio al castillo de Takamatsu a toda prisa, firmó
la paz con los Mori y puso rumbo a Kyoto para dar caza a Mitsuhide. Sus
tropas se presentaron en la capital en tiempo récord, antes de que
ningún otro vasallo de los Oda hubiera podido siquiera movilizarse. Hideyoshi barrió al ejército de Mitsuhide en la batalla de Yamazaki y, al día siguiente, la cabeza del traidor era exhibida en lo alto de una pica en las calles de la capital. La de Akechi fue la dinastía de shogunes más corta de la Historia de Japón: apenas duró 13 días.
Hideyoshi celebró un fastuoso responso fúnebre para su señor caído en el gran templo de Daitokuji,
en Kyoto. El astuto Hideyoshi estaba ahora en una posición envidiable, y
supo aprovecharla a las mil maravillas. A ojos del mundo él era el vengador de Nobunaga,
y jugó esa carta con pericia magistral para imponerse a sus rivales en
la carrera por la sucesión. Él sería quien, en el espacio de poco más de
una década, culminara la unificación del país. Sin Nobunaga, en cambio,
el clan Oda ya nunca recuperaría la gloria de antaño. Tumba de Oda Nobunaga en Honnoji, Kyoto (el emplazamiento actual del templo no es el mismo que en 1582)
Hasta aquí el relato de los hechos históricos, que ya tienen su buena
ración de misterios y enigmas. Pero hay otra pregunta que lleva
trayendo de cabeza a generaciones enteras de historiadores: ¿qué impulsó a Mitsuhide a hacer lo que hizo?
Viendo cómo se sucedieron los acontecimientos, no parece que calculara
demasiado bien las consecuencias de sus actos. Por otro lado, Mitsuhide
podría ser muchas cosas, pero no era ningún idiota. ¿Qué se le pudo
pasar por la cabeza para echarse al monte y acabar, hablando mal y
pronto, liándola parda de esa manera?
El poema de la discordia
Mucho se ha especulado sobre las intenciones ocultas de Mitsuhide.
A lo largo de los años se han apuntado teorías para todos los gustos;
hay hasta quien ve la mano de seres sobrenaturales detrás de sus
acciones. La primera pista para saber lo que le rondaba
por la mente el día que decidió ponerse el mundo por montera y atacar
Honnoji nos la da él mismo. Y como no podía ser de otra forma tratándose
de un misterio japonés, lo hace con un toque de elegancia: en forma de poema. Mitsuhide tenía fama de hombre culto y amante de las artes
Días antes de partir hacia el frente, Mitsuhide decidió pasar unas jornadas de retiro espiritual en el santuario del monte Atago.
En principio, nada había de extraño en que un samurái fuera a presentar
sus respetos a los dioses antes de la batalla. Además de los rezos de
rigor, se entretuvo con festines y cuchufletas en compañía los monjes.
La rutina habitual cuando los samuráis se iban de ejercicios
espirituales. Entre copas de sake, montaron una sesión de renga a la luz de la luna. El renga es una especie de competición de versos encadenados en
la que cada participante debe completar, improvisando, el poema
anterior. Un pasatiempo refinado, muy de moda en los ambientes cultos de
la época. Además, existía la creencia de que los versos atraían la
gracia de los dioses; algo de lo más auspicioso antes de una batalla.
Mitsuhide, con su merecida fama de hombre cultivado, no iba a decir que
no a una buena sesión de poesía. Es ahí cuando, para abrir la ronda de versos, compone este famoso poema:
Toki wa ima (llega el tiempo) Ame ga shita shiru (de que las lluvias caigan sobre la tierra) Satsuki ka na (estamos ya en el quinto mes -junio-)
Hay que aclarar que, según el calendario utilizado en el Japón de la
época, Mitsuhide estaba de visita en Atago a finales del Quinto mes
(principios de Junio según el calendario occidental), mientras que el
asalto a Honnoji tuvo lugar el día 2 del Sexto mes (21 de Junio).
Son solo tres breves líneas, aparentemente inocentes. Pero, en la más
pura tradición de la lírica japonesa, están llenas de dobles sentidos y
crípticos mensajes, ocultos en juegos de palabras que lo dicen todo y, a
la vez, no dicen nada. Mucho se ha hablado del significado oculto de estos versos. Por
ejemplo, el “Toki” del principio, que en teoría significa “tiempo” en
japonés, sería una alusión velada al propio Mitsuhide, porque “Toki” es
también el nombre ancestral de la casa de la cual desciende el clan
Akechi. Los Toki, a su vez, eran descendientes de los Minamoto, que como
sabemos eran enemigos eternos de los Taira. Los mismos Taira con los
que Nobunaga gustaba de emparentarse para darle a su linaje más rancio
abolengo. Y así podríamos seguir hasta el infinito. Resumiendo, si
hacemos una lectura más profunda (y malintencionada) del poema,
podríamos traducirlo más o menos como:
Ha llegado la hora (la hora del clan Akechi) de dominar todo bajo el cielo (el país entero) ¡Ah, el quinto mes! (fecha de grandes rebeliones en el pasado)
Visto en retrospectiva, parece una pista evidente de que Mitsuhide estaba tramando algo. Estos versos fueron debidamente recopilados por escrito y ofrecidos a los dioses junto al resto de poemas compuestos aquella noche, como mandaba la costumbre. Después del Incidente de Honnoji, se interrogó a los demás asistentes a la sesión de renga
para depurar responsabilidades. Pero, aun con las transcripciones en la
mano, no se pudo sacar nada en claro. Si bien las pistas están ahí para
quien quiera (o sepa) verlas, tampoco puede decirse que haya nada
abiertamente acusador. Imposible demostrar que los demás poetas estuvieran conchabados con el traidor. ¿Callaron para encubrir a Mitsuhide? ¿Ocultaron la verdad los monjes de Atago? Jamás lo sabremos. La escena de la muerte de Nobunaga, en medio del incendio de Honnoji, ha sido recreada hasta la saciedad en los últimos siglos
Como tampoco sabremos nunca cuál fue el móvil exacto del crimen, pero
no faltan posibles interpretaciones para explicar el sonado día de furia de
Mitsuhide. A continuación damos un repaso a las más conocidas,
analizado de paso sus pros y sus contras. Luego, que el lector decida
con cuál quedarse.
Teoría #1: la ambición de Mitsuhide
En el Japón de la era Sengoku,
básicamente, imperaba la ley de la jungla. Las puñaladas por la espalda
y las traiciones de todo tipo estaban a la orden del día. El mito del samurái leal a su señor era solo eso, un mito. Todo valía para hacerse con el poder. Cualquiera que haya visto Los Soprano se
podrá hacer una idea, salvando las distancias, de cómo funcionaban las
cosas por aquellos lares. Viéndolas desde ese prisma, las acciones de
Mitsuhide no resultan tan sorprendentes. Están bastante en línea con lo
que se estilaba en su época.
Según muchos historiadores, lo que motivó a Mitsuhide a rebelarse fue simple y pura ambición.
Prácticamente todo el que era alguien en la era Sengoku albergaba
aspiraciones de hacerse con el poder absoluto. De plantar sus
estandartes en Kyoto, unificar el imperio bajo su égida y, por qué no,
alzarse con el título de shogun. Mitsuhide no habría sido una excepción. Vio la oportunidad de dar un golpe maestro y la aprovechó.
De hecho hasta llegó a cumplir ese sueño inconfesable y prohibido de
todo samurái, ser shogun, aunque solo fuera por dos semanas escasas.
Desde luego, la ocasión era irrepetible. Esa noche Nobunaga estaba prácticamente indefenso en Honnoji. Los demás generales y aliados del clan Oda se hallaban demasiado lejos como para poder acudir en su auxilio a tiempo: Hideyoshi estaba empantanado en el asedio de Takamatsu, Shibata Katsuie estaba en la lejana Echizen, Tokugawa Ieyasu
andaba de viaje por Osaka y Sakai… Si quería acabar con Nobunaga solo
podía ser entonces. Si esperaba un día más, le habría dado tiempo a
reunirse con el grueso de sus tropas, y ya habría sido imposible tocarle
un solo pelo del moño. Así
estaba repartido Japón hacia 1582; Nobunaga controlaba de manera
directa o indirecta casi la mitad del territorio, y se disponía a
invadir las islas de Shikoku y Kyushu
A nivel estratégico, el momento también estaba bien elegido. En
1582, Nobunaga había completado la unificación de prácticamente medio
país, y tenía la conquista del otro medio al alcance de la mano. Sus grandes enemigos habían sido por fin borrados del mapa:
los Takeda, los Uesugi, los monjes guerreros de Ishiyama Honganji… Y
los Mori estaban ya a punto de caramelo, tras años de duros combates
contra Hideyoshi. Nobunaga se había movilizado para asumir el mando de
sus tropas en persona y asestarles el golpe final. Si la campaña contra
los Mori tenía éxito, las provincias occidentales serían suyas, y eso le
daría vía libre para la invasión de la isla de Shikoku, que estaba ya planeada. Huelga decir que, con Shikoku ocupada, sus legiones podrían saltar sobre la isla de Kyushu
por donde les diera la gana. Hideyoshi seguría esa misma hoja de ruta
apenas unos años después, con el resultado que todos conocemos: victoria
aplastante y conquista total.
Nobunaga tenía también a la corte imperial comiendo de su mano, con
lo que nadie podía toserle tampoco en el terreno diplomático. Siguiendo
el curso lógico de los acontecimientos, todo indicaba que en cosa de uno o dos años el señor de los Oda habría completado la conquista del país entero.
Cualquiera que quisiera eliminarlo no podía permitirse el lujo de
esperar mucho más. Una vez lograra llevar a buen puerto la invasión de
Shikoku y Kyushu, nadie en todo Japón iba a estar tan loco como para
alzarse en armas contra él. Pero en 1582 aún había clanes que no se
habían sometido a la soberanía de Nobunaga. Llegado el caso, tal vez se
podría llegar a un acuerdo con ellos para formar un frente común. Si Mitsuhide quería de verdad ser el dueño de Japón, era ahora o nunca. Tras años de duras campañas, en 1582 Nobunaga tenía el poder absoluto prácticamente en la palma de la mano
En líneas generales, la teoría de la ambición suena bastante
plausible, pero se nos antoja un poco difícil de creer que un tipo
inteligente como Mitsuhide fuera tan ingenuo como para pensar que iba a
poder salirse tan fácilmente con la suya. Con la perspectiva que nos da
la Historia, está claro que midió mal sus fuerzas. Además, esta
corriente tiene otro problema, y es que su principal ideólogo es el mismísimo Hideyoshi. Una vez instalado como nuevo amo del imperio, Hideyoshi se dedicó a encargar que le escribieran relatos épicos glosando sus hazañas. Naturalmente, Mitsuhide siempre aparece en ellos como un malo malísimo,
un conspirador traicionero y malvado, y Hideyoshi es el héroe leal que
venga la muerte de su señor. La imagen de Mitsuhide como un tipo
ambicioso y maquiavélico viene de estas obras, y se perpetuaría en el
imaginario popular a lo largo de toda la era Edo
merced al teatro y las novelas populares. Ya se sabe lo que ocurre
cuando la Historia la cuentan los vencedores: suele ser buena idea no
tomársela al pie de la letra.
Teoría #2: un ajuste de cuentas
A principios del s. XVII, el recuerdo de la época de las guerras
civiles estaba aún fresco. Los japoneses no habían olvidado cómo se las
gastaban los samuráis de antaño, con sus traiciones fratricidas y sus
luchas por el poder. Por eso la teoría de la ambición se aceptaba sin
mayor problema. Pero, conforme avanzaron los siglos, bajo el férreo
régimen feudal de los Tokugawa la percepción del mundo fue cambiando. Que un samurái pudiera levantarse en armas contra su propio señor pasó a verse como algo impensable. Para que alguien de casta guerrera se decidiera a cometer el peor de los crímenes, la traición,
tenía que haber un móvil terriblemente poderoso. La simple ambición de
poder no bastaba para explicarlo. Es entonces cuando empezó a
especularse con la teoría de la venganza. El
famoso banquete de la discordia en honor de Tokugawa Ieyasu acabó
teniendo una pinta parecida a esta, según una moderna reproducción en
el museo de Azuchi
Según esta corriente, el Incidente de Honnoji habría sido, básicamente, una cuestión personal. Un asunto de honor. Algo gordo tuvo que ocurrir entre Nobunaga y Mitsuhide para que este albergara un odio personal contra su señor.
Afrentas que lavar, insultos que vengar… Cosas que se fueron acumulando
hasta que, al final, Mitsuhide acabó por explotar y decidió tomarse la
justicia por su mano.
Se han sugerido mil motivos por los que Mitsuhide podría haberse visto herido en su orgullo. Uno de los más citados nos lo cuenta el jesuita portugués Luis Fróis,
cronista destacado de la época y amigo personal de Oda Nobunaga. Según
Fróis, en realidad Nobunaga tenía en muy alta estima a Mitsuhide, hasta
el punto de confiarle el gobierno de las provincias de Tanba y Tango,
además de parte de Omi. Siendo uno de sus principales vasallos, un buen
día recibió de Nobunaga el encargo de organizar un banquete para
su aliado Tokugawa Ieyasu. Todo un honor. Pero, al parecer, los
preparativos no debieron de ser del gusto de Nobunaga, ya que al pasar
revista al menú montó en cólera y la emprendió a patadas, literalmente, con Mitsuhide. Este, humillado, nunca olvidó la afrenta, y se la haría pagar cara en Honnoji. El
mal carácter de Nobunaga era de sobras conocido, y a sus
sufridos vasallos les tocaba capear el temporal como buenamente podían
¿Hasta qué punto es creíble esta historia? Es difícil decirlo. El
señor de los Oda siempre tuvo un pronto muy malo, eso no lo niega nadie.
Conociendo su endiablado carácter, que explotara por cualquier motivo y
se liara a golpes con el vasallo que tuviera más a mano entra
perfectamente dentro de lo posible. Mitsuhide no habría sido el primero en aguantar en sus carnes las iras de su señor. Con
un jefe como Nobunaga, estas cosas prácticamente iban en el sueldo.
Además, que la anécdota venga de boca de Fróis le da un punto extra de
credibilidad, ya que el jesuita suele barrer para casa y tiende a
presentar a Nobunaga con una luz favorecedora en sus crónicas. Para que
hasta él mencione el incidente, tuvo que ser algo sonado. Ahora bien,
que por un episodio puntual como este Mitsuhide decidiera poner el
imperio patas arriba, tal vez sean palabras mayores. Quién sabe, tal vez
fuera la gota que colmó un vaso que ya estaba a punto de rebosar por
otros motivos.
Pero la teoría de la venganza más popular no tiene que ver con Mitsuhide, sino con su señora madre.
En la era Sengoku era costumbre habitual utilizar a los familiares de
uno para intercambiarlos con otros clanes como rehenes, en señal de
buena fe. Así, en uno de esos intercambios rutinarios, la madre de Mitsuhide habría sido enviada como rehén por orden de Nobunaga al castillo de Yagami, en manos de los hermanos Hatano.
En 1579, el ejército Oda puso sitio al castillo y Nobunaga invitó a los
hermanos Hatano a parlamentar. Pero, una vez estuvieron fuera de las
murallas, en vez de negociar Nobunaga los hizo matar, y la guarnición
del castillo degolló a la anciana madre de Mitsuhide como represalia.
Ni que decir tiene que aquello no le sentó nada bien a Mitsuhide, que
se había quedado huérfano de golpe y porrazo. No es de extrañar que,
desde entonces, jurara odio eterno a su despiadado señor. Su rencor
estaba más que justificado. Pero, por desgracia para los defensores de
esta teoría, es totalmente falsa. Una mera invención literaria de la era Edo. Oda Nobunaga era un tipo difícil de tratar, lo que no hace sino agrandar la leyenda negra en torno a su figura
Existen documentos y cartas del clan Akechi que prueban que el sitio
al castillo de Yagami se resolvió sin mayor problema. Fue la propia
guarnición la que entregó a los Hatano y rindió la plaza a las fuerzas
Oda. No hubo ningún intecambio de prisioneros, ni mucho menos ejecución de rehenes. Por haber, hay incluso correspondencia privada que demuestra que la madre de Mitsuhide estaba en perfecto estado de salud en 1581, dos años después del sitio de Yagami.
Pese a todo, el sainete de la madre muerta sigue siendo una de las
razones más citadas para explicar la traición de Mitsuhide. Por su carga
dramática, era un material de primera para novelas y obras teatrales de
esas que tanto gustaban en la era Edo. No dejes que la realidad te estropee una buena historia, debieron pensar los dramaturgos de la época.
Teoría #3: las cloacas del poder
Otra de las teorías más populares (y plausibles) tiene que ver con las intrigas palaciegas y las luchas de poder dentro del clan Oda.
Al más puro estilo del Chicago de los años 20, Mitsuhide no habría
tenido otro remedio que jugársela y dar un golpe encima de la mesa para
no ver su propia posición peligrar dentro de la organización. Esta
explicación se complementa bien con la de la ambición, expuesta más
arriba. El Incidente de Honnoji es un tema recurrente en la cultura popular nipona
Una vez tuvo una cantidad considerable de territorios bajo su
control, Nobunaga empezó a poner en práctica una política que sería muy
usada después por sus sucesores Toyotomi Hideyoshi y Tokugawa Ieyasu: ir rotando a los daimyo de una provicia a otra
cada cierto tiempo. Así podía hacer frente a las necesidades
geopolíticas del momento y, de paso, impedía que sus generales echaran
raíces en sus feudos y se hicieran demasiado poderosos. Al parecer Mitsuhide tenía razones para pensar que Nobunaga planeaba relevarlo de su puesto
como gobernador de Tanba y mandarlo a algún territorio perdido de la
mano de Buda. Tanba estaba al lado de la capital, Kyoto, un entorno en
el que Mitsuhide se movía como pez en el agua. No le hacía nada de
gracia tener que mudarse de allí y alejarse sus contactos en la corte
imperial.
Y es que, según los mentideros de la época, el peso de Mitsuhide en el entorno de Nobunaga había disminuido. Por ejemplo, había estado años haciendo de mediador entre su señor y los Chosokabe, amos de Shikoku,
pero ahora Nobunaga pasaba olímpicamente de sus acuerdos con ellos y
planeaba invadir la isla directamente. Es de suponer que eso dejaría al
pobre Mitsuhide en bastante mal lugar. También había rumores de que Mori Ranmaru,
paje favorito de Nobunaga, tenía a su señor prácticamente convencido
para que le concediera una serie de tierras y castillos que pertenecían a
Mitsuhide. Suma y sigue. Si bien carecemos de pruebas sólidas para
saber a ciencia cierta si Mitsuhide estaba siendo realmente víctima de
conspiraciones palaciegas para minar su poder, desde luego hay indicios
para sospechar que alguien estaba intentando moverle la silla.
Antaño había sido una pieza clave en las campañas de Nobunaga, pero en
los últimos años su señor parecía haberlo relegado a un rol secundario.
O, al menos, eso creía él.
En este contexto, la orden de enviar refuerzos a Hideyoshi en su campaña contra los Mori habría sido el insulto definitivo. Él, Akechi Mitsuhide, un samurái de la más noble cuna, amigo de shogunes y emperadores, tenía que ponerse a órdenes de un tipo como Hideyoshi,
un simple advenedizo hijo de campesinos. Debería ser él quien liderara
la campaña, y no aquel arribista con cara de mono. Antes que plegarse a
semejante humillación, Mitsuhide habría resuelto que más valía cortar
por lo sano y hacerle ver a su señor, de la manera más gráfica posible,
por dónde podía meterse su nueva jerarquía de mando.
Teoría #4: conspiración en la sombra
Sin salir del todo de las cloacas del poder, otras teorías apuntan a
que Mitsuhide no actuó exactamente por voluntad propia, sino que se
limitó a cumplir su papel dentro un plan de dimensiones mucho mayores.
Era un peón en medio de una gran conspiración. Si tiramos por estos
derroteros entramos en terreno pantanoso, el de la mera especulación,
pero parece evidente pensar que Mitsuhide no pudo haber obrado completamente solo.
Tenía que contar con el apoyo de alguien más, o al menos estar
convencido de que tenía ese apoyo. Un tipo inteligente como él no pudo
haber actuado como un tirador solitario. Es difícil de creer que su ataque a Honnoji fuese fruto de un simple arrebato pasajero. Lejos
de vivir aislados en la corte, los nobles de Kyoto gustaban de malmeter
en la política nacional conspirando a favor o en contra de tal o cual
daimyo
Pero, ¿quién estaba detrás de las acciones de Mitsuhide? Es sabido
que estaba muy bien relacionado en Kyoto, especialmente entre los nobles
cercanos al emperador. Tal vez algunos de estos cortesanos, o acaso el mismísimo hijo del cielo,
preocupados ante el excesivo poder que acumulaba Nobunaga, habrían
decidido que lo mejor para la seguridad nacional era quitarlo de en
medio. Y, cuando en palacio se tomaba una decisión de este estilo, el modus operandi desde tiempo inmemorial era siempre el mismo: encargarle el trabajo sucio a algún caudillo samurái. Así, Mitsuhide habría sido el campeón elegido
para la ocasión. El título de shogun que ostentó esos 13
días, hasta que Hideyoshi lo defenestró en Yamazaki, habría sido el pago
a sus servicios.
Algunos indicios apuntan a que las relaciones de Nobunaga con la
corte podrían haber estado algo tirantes en 1582. En los últimos años había rechazado títulos y honores
que el emperador le había ofrecido generosamente, incluido el puesto de
shogun. Esto podría haber sido visto como una muestra de arrogancia por
su parte, cuando no de hostilidad. Pero, analizando las cosas con más
detalle, la cosa no está tan clara. Posiblemente por influencia china, rechazar de primeras los títulos que le ofrecía a uno el emperador se consideraba un gesto de buen gusto. La etiqueta requería negar hasta tres veces
los nombramientos oficiales, hasta que a la tercera, a regañadientes,
el humilde servidor de la corona no tenía más remedio que aceptar. O
sea, que los remilgos de Nobunaga entraban dentro de lo esperable.
Además, Nobunaga había sido elgran benefactor de la corte imperial. Con
sus generosas aportaciones monetarias, había devuelto la dignidad al
emperador y su entorno, que llevaban más de un siglo viviendo en
condiciones miserables. Había construido nuevos palacios, devuelto el
esplendor a la capital y pacificado medio país en nombre del emperador.
Pensándolo fríamente, la familia imperial no tenía razones para temer nada de Nobunaga. Siempre habían estado en buenos términos. Más que conspirar contra él, deberían de besar el suelo por donde pisaba. El poderoso clan Mori dominaba las provincias occidentales de Japón desde su castillo de Hiroshima
En cambio, otros daimyo sí que tenían motivos de peso para querer ver
la cabeza de Nobunaga en una pica. Incluso, tal vez, dentro del propio
campo de los Oda. La lista de nombres que podrían haber estado en el ajo
es interminable. Entre los candidatos de más peso podríamos
señalar a los Mori, con quienes Nobunaga estaba en guerra abierta, y a
los Chosokabe, señores de Shikoku, que eran los siguientes en
su lista de objetivos, y con quienes Mitsuhide estaba a partir un piñón.
Eran muchos en Japón los que iban a sonreír felices al oír la noticia
de que Oda Nobunaga había pasado a mejor vida. Sobre todo entre las
grandes casas samurái.
En estos casos, conviene acordarse de Séneca y fijarse en el cui prodest, o sea, ver a quién beneficia más lo ocurrido. Tirando de ese hilo, al principal beneficiado del desastre de Honnoji lo encontramos en las filas del clan Oda: el mismísimo Hideyoshi.
Desde luego, no se puede negar que la prematura muerte de su jefe le
vino de maravilla a su carrera. Él sería quien acabara unificando el
imperio y gobernando sus designios. El primer paso en su fulgurante
ascensión hacia la cima lo dio, precisamente, con la manera magistral
en que se condujo en los días siguientes a la muerte de Nobunaga. Sorprende que pudiera moverse con tanta rapidez cuando los demás generales del clan Oda apenas tuvieron tiempo
de reaccionar. A Hideyoshi le bastaron diez días para levantar el sitio
al castillo de Takamatsu, firmar la paz con los Mori, llegar a Kyoto,
acabar con Mitsuhide y vengar a su señor caído. Cualquiera diría que
tenía información privilegiada. Toyotomi Hideyoshi fue, sin duda, el gran beneficiado de lo ocurrido en Honnoji
Pensando con lógica, Hideyoshi no tenía ninguna razón aparente para querer quitar de en medio a su señor,
que había sido su gran valedor hasta entonces. Le iba de
maravilla trabajando para él. Nobunaga había hecho de él, un pobre hijo
de campesinos, su mano derecha, y lo había convertido en un gran daimyo.
Aquello ya era más de lo que jamás hubiera podido soñar. Además, con Nobunaga muerto, sobre el papel Hideyoshi tampoco era precisamente el candidato más claro para sucederle,
había unos cuantos vasallos de más rango y prestigio por en medio. Pero
no deja de ser curioso que, en medio del caos inmediato que se desató
tras Honnoji, a Hideyoshi le salieran todas las cartas de cara. A
algunos eso les hace sospechar que pudo haber estado implicado en el
magnicidio de alguna manera. ¿Cómo? Imposible saberlo.
Teorías #5, #6 y #7: de todo, como en botica
Para terminar, aunque solo sea por echar unas risas, no está de más
repasar otro tipo de teorías más, digamos, imaginativas. Ninguna de
ellas se sostiene más allá de la pura especulación, pero eso no les ha
impedido sobrevivir en el imaginario colectivo hasta nuestros días. En
realidad, especular sobre el Incidente de Honnoji es prácticamente un
pasatiempo nacional en Japón, y todos los años surgen nuevas teorías, a cual más absurda, para buscarle una explicación al cruce de cables de Mitsuhide. En
la actualidad el templo de Honnoji está en el mismo centro de Kyoto, en
pleno barrio de Kawaramachi, una localización distinta a la del
original
Por ejemplo, hay quien apunta que el asesinato se debió a un ataque de cuernos, ya que Nobunaga había empezado a tirarle los tejos de manera un tanto descarada a la mujer de Mitsuhide.
Y, claro, hasta ahí podíamos llegar. Vale que le quiten a uno tierras y
castillos, pero la señora es sagrada y no se la toca. En vez de retar a
Nobunaga a un duelo al amanecer, como habría sido lo suyo entre dos
caballeros honorables, decidió tomar las drásticas medidas que
ya conocemos. Ni que decir tiene que no hay documento ni prueba alguna
que ayuden a sostener esta teoría, y cualquiera que conozca
mínimamente la biografía de los implicados verá que es altamente
improbable que un incidente semejante pudiera llegar a suceder.
También hay teorías que apuntan a lo sobrenatural.
Ya hemos visto que Mitsuhide hizo pública su decisión (de manera un
tanto críptica, pero bueno) en la famosa sesión de poesía encadenada del
monte Atago. Pues bien, ¿y si hubiese sido precisamente ahí, en ese
momento, cuando se le ocurrio la feliz idea de matar a Nobunaga? El
monte Atago es famoso desde tiempos mitológicos por ser morada de tengu.Los tengu son una raza de demonios alados del folklore japonés,
seres con poderes fantásticos que gustan de chinchar a los humanos.
Para los amantes del esoterismo, la cosa está clara: fueron los malvados
tengu de la montaña quienes implantaron en la mente de Mitsuhide, al más puro estilo Inception, la idea de traicionar a su señor. Otros dicen que poseyeron directamente el alma de Mitsuhide
y lo llevaron cual títere a atacar Honnoji. Una explicación muy típica
de la era Edo, por cierto. Porque, ya se sabe, solo si hay posesión
demoníaca de por medio se puede entender que alguien cometa un crimen
tan aberrante como traicionar a su legítimo señor. Cierto es que, hasta
aquella mañana de 1582, Akechi Mitsuhide había sido un vasallo ejemplar.
Pero algo nos dice que tal vez, solo tal vez, su repentino cambio de
opinión se pueda explicar por causas algo más mundanas, sin tener que
recurrir a posesiones infernales. Los videojuegos suelen presentar a Mitsuhide como un héroe justiciero, que busca liberar a Japón del tiranoOtra teoría muy popular es la del justiciero, muy
utilizada en mangas y videojuegos desde finales del s. XX. Según esta
visión, Mitsuhide sería un héroe trágico, un idealista que se habría
unido a Nobunaga con la esperanza de unificar el país y acabar de una
vez con las guerras que llevaban siglos asolándolo todo. Pero, ¡ay!, el
remedio había resultado peor que la enfermedad. Lejos de traer
prosperidad y felicidad a las gentes, los métodos brutales de Nobunaga
no hacían sino aumentar el sufrimiento y la barbarie. Nobunaga no era el salvador que Mitsuhide había esperado.
Era más bien un tirano cruel y despiadado, a cuya loca ambición había
que poner freno cuanto antes. Desengañado, Mitsuhide no habría tenido
más remedio que tomarse la justicia por su mano para salvar a Japón de las garras de semejante monstruo megalómano.
Una vez muerto el opresor, él se encargaría de guiar al país hacia una
nueva era de paz y prosperidad. Por desgracia, su utopía feliz duraría
apenas 13 días.
Puede ser que Mitsuhide se viera a sí mismo de ese modo, como un liberador de la patria.
Pero es bastante dudoso que ni él ni ningún otro caudillo samurái de la
época actuase movido por motivos altruistas. La hipótesis de la
posesión infernal se nos antoja más creíble que pretender que un
guerrero de la era Sengoku soñara con la paz mundial y la felicidad de
sus semejantes. Sea lo que sea lo que le pasó por la cabeza a Akechi
Mitsuhide, el secreto se lo llevó con él a la tumba.
Pero eso no impide que ahora, más de 400 años después, sigamos
teorizando sobre ello. A buen seguro, si sigue habiendo humanidad para
entonces, dentro de otros 400 años continuaremos haciendo lo mismo.
Porque, para los aficionados a la Historia, pocas cosas hay tan fascinantes como un buen misterio. Y el de Honnoji es de los que han hecho época.
Fuentes e imágenes:
Cooper, M. (1965); They Came to Japan, An Anthology of European Reports on Japan 1543-1640; University of California Press
Keene, D. (1981); “Joha, Poet of Linked Verse” en Elison, G. y Smith, B.L. (editores) Warlords, Artists, and Commoners: Japan in the Sixteenth Century; University of Hawaii Press
Lamers, J.P. (2000); Japonius Tyrannus: The Japanese Warlord Oda Nobunaga Reconsidered, Hotei Publishing
Ota, G. traducido por Lamers, J.P. y J.S.A. Elisonas (2011); The Chronicle of Lord Nobunaga; Brill
Schindewolf, B.C. (2010); Toki wa Ima: A Senior Honors Thesis, Ohio State University
samurai-archives.com
Takayanagi, M. (1958); Akechi Mitsuhide Jinbutsu Sosho; Yoshikawa Kobunkan