Con Nobunaga muerto y el clan Oda descabezado, el imperio estuvo al borde del colapso. En el momento del magnicidio, a mediados de 1582, Oda Nobunaga tenía prácticamente medio Japón bajo su control, y estaba a punto de someter al otro medio. Había parado a hacer noche en Honnoji antes de reunirse con el grueso de sus tropas y partir a la batalla, una batalla que, según todos los indicios, iba a ser la llave que le abriera la puerta de la unificación definitiva del imperio. De no haber muerto esa noche en Honnoji, Nobunaga seguramente habría culminado sin excesivos problemas la conquista de Japón entero. Su prematura desaparición retrasó la unificación del país del sol naciente otros 20 años. Serían su lugarteniente Toyotomi Hideyoshi y su aliado Tokugawa Ieyasu quienes terminarían su obra.

Antecedentes de la tragedia
Antes de entrar en harina, es necesario colocar a los protagonistas de la historia sobre el tapete. Oda Nobunaga, el primero de los héroes de la unificación de Japón, apenas necesita presentación. Ya hemos hablado de él largo y tendido en otros artículos de este blog. Baste decir que, en el momento que nos ocupa, se encontraba en el punto álgido de su carrera. Como ya hemos dicho, tenía medio país en un puño y estaba en un tris de conquistar las provincias que le faltaban. Nadie en Japón dudaba de que iba camino de lograrlo. Parecía un destino inevitable.Nadie excepto uno de sus propios generales, Akechi Mitsuhide, el otro gran protagonista de esta tragedia. Mitsuhide (1528 – 1582) había servido a otros señores antes de jurar lealtad a Nobunaga, cosa habitual entre los samuráis de la era Sengoku. Sus buenos contactos en Kyoto y su maña para tareas diplomáticas le habían dado interesantes réditos a Nobunaga, y este le había pagado sus servicios generosamente con tierras y castillos. Mitsuhide era un administrador más que competente, un buen comandante de tropas y, además, un tipo culto y con inquietudes artísticas, lo que le ayudaba a moverse como pez en el agua en los elegantes ambientes cortesanos de la capital. Estaba razonablemente bien posicionado dentro del organigrama de poder del clan Oda, y puede decirse que era uno de los vasallos más apreciados por Nobunaga. A priori, no parecía tener motivos para querer rebelarse contra su señor.

Terminados los preparativos, Akechi Mitsuhide patió al frente con sus legiones, según lo ordenado. Pero, al llegar a los aledaños de Kyoto, en vez de tomar la ruta de Kameyama, rumbo a las provincias occidentales donde lo aguardaba Hideyoshi, se desvió y fue hacia el Este, hacia Kyoto. La noche del día 1 del Sexto mes (20 de junio según nuestro calendario) llegaron a la cima del monte Oinoyama, desde donde la capital quedaba a tiro de piedra. Allí, Mitsuhide informó a sus soldados de que el adversario al que iban a combatir no estaba en tierras de los Mori. Su verdadero enemigo estaba en Honnoji. Su presa, sobre la que iban a caer con toda su furia aquella noche, era su señor Nobunaga.
Magnicidio en Honnoji
El templo de Honnoji era uno de los lugares preferidos por Nobunaga para alojarse cuando visitaba la capital. Aquella noche se encontraba allí pernoctando plácidamente, como tantas otras veces. Una parada técnica, un pequeño alto en el camino antes de reunirse con sus mesnadas. Al día siguiente pondría rumbo al frente para unirse a Hideyoshi y Mitsuhide, según el plan. Apenas protegido por una reducida guarnición, Nobunaga había pasado la noche disfrutando de la ceremonia de té con amigos y huéspedes distinguidos, que se habían acercado hasta Honnoji a visitarlo y a desearle suerte en sus próximas conquistas. Tal ambiente de distensión no debe sorprendernos. La ciudad de Kyoto se encontraba en el corazón mismo de sus dominios. Allí estaba rodeado de aliados, con su propio castillo de Azuchi a menos de un día de camino. No tenía razones para temer peligro alguno. A menos, claro, que el peligro proviniera de sus propias filas.
Superados abrumadoramente en número, los pajes y todo el séquito de Nobunaga se batieron hasta el último hombre. Él mismo luchó a brazo partido hasta que las heridas le impidieron sostener siquiera la lanza. Cuando juzgó que todo estaba ya perdido, se retiró al interior del templo y, entre las llamas, se dio muerte por su propia mano. Ota Gyuichi, principal biógrafo de Nobunaga, nos lo cuenta en su Shincho Koki (“Crónicas del Señor Nobunaga”):
“Nobunaga tomó su arco y empezó a disparar, pero tras dejar volar unas cuantas flechas la cuerda se rompió. Parecía haber llegado su momento. Tomó después una lanza y siguió luchando, pero sufrió una herida en el codo y hubo de retirarse. Sus mujeres habían permanecido con él en todo momento pero, viendo que el final estaba cerca, les ordenó que escaparan. (…) Las llamas pronto envolvieron todo el edificio. Nobunaga se encerró en una pequeña habitación y allí se rajó el vientre con total serenidad. Se diría que no quiso que nadie viese sus últimos momentos.”Si a Nobunaga le dio o no tiempo a quitarse la vida antes de que los samuráis de Akechi dieran con él, es uno de los grandes misterios de la Historia de Japón. Lo único cierto es que su cuerpo nunca apareció, consumido para siempre por las llamas de Honnoji. Es posible que, efectivamente, Oda Nobunaga se despidiera de este mundo haciéndose el seppuku, como samurái que era. Arrebatarle al enemigo el placer de alzarse con su cabeza como trofeo fue la última y póstuma victoria del gran conquistador de Japón.
El día después
Al despuntar la mañana no quedaba en Honnoji piedra sobre piedra. El fuego lo había arrasado todo. Otras llamas igualmente mortíferas, las de la rebelión que había emprendido Mitsuhide, amenazaban con en extenderse por todo el imperio. Escasas horas después, Oda Nobutada, primogénito y heredero de Nobunaga, caía víctima de otro contingente de tropas Akechi que lo atacaron por sorpresa en el cercano castillo de Nijo, a tiro de piedra del mismo Honnoji. El caos se adueñó de la capital y las provincias aledañas. La gran obra de unificación nacional por la que Nobunaga había porfiado los últimos 30 años estaba a punto de derrumbarse como un castillo de naipes.
En cuanto Hideyoshi se enteró de lo sucedido en Honnoji, no perdió el tiempo. Levantó el sitio al castillo de Takamatsu a toda prisa, firmó la paz con los Mori y puso rumbo a Kyoto para dar caza a Mitsuhide. Sus tropas se presentaron en la capital en tiempo récord, antes de que ningún otro vasallo de los Oda hubiera podido siquiera movilizarse. Hideyoshi barrió al ejército de Mitsuhide en la batalla de Yamazaki y, al día siguiente, la cabeza del traidor era exhibida en lo alto de una pica en las calles de la capital. La de Akechi fue la dinastía de shogunes más corta de la Historia de Japón: apenas duró 13 días.
Hideyoshi celebró un fastuoso responso fúnebre para su señor caído en el gran templo de Daitokuji, en Kyoto. El astuto Hideyoshi estaba ahora en una posición envidiable, y supo aprovecharla a las mil maravillas. A ojos del mundo él era el vengador de Nobunaga, y jugó esa carta con pericia magistral para imponerse a sus rivales en la carrera por la sucesión. Él sería quien, en el espacio de poco más de una década, culminara la unificación del país. Sin Nobunaga, en cambio, el clan Oda ya nunca recuperaría la gloria de antaño.

El poema de la discordia
Mucho se ha especulado sobre las intenciones ocultas de Mitsuhide. A lo largo de los años se han apuntado teorías para todos los gustos; hay hasta quien ve la mano de seres sobrenaturales detrás de sus acciones. La primera pista para saber lo que le rondaba por la mente el día que decidió ponerse el mundo por montera y atacar Honnoji nos la da él mismo. Y como no podía ser de otra forma tratándose de un misterio japonés, lo hace con un toque de elegancia: en forma de poema.
Toki wa ima (llega el tiempo)Hay que aclarar que, según el calendario utilizado en el Japón de la época, Mitsuhide estaba de visita en Atago a finales del Quinto mes (principios de Junio según el calendario occidental), mientras que el asalto a Honnoji tuvo lugar el día 2 del Sexto mes (21 de Junio).
Ame ga shita shiru (de que las lluvias caigan sobre la tierra)
Satsuki ka na (estamos ya en el quinto mes -junio-)
Son solo tres breves líneas, aparentemente inocentes. Pero, en la más pura tradición de la lírica japonesa, están llenas de dobles sentidos y crípticos mensajes, ocultos en juegos de palabras que lo dicen todo y, a la vez, no dicen nada. Mucho se ha hablado del significado oculto de estos versos. Por ejemplo, el “Toki” del principio, que en teoría significa “tiempo” en japonés, sería una alusión velada al propio Mitsuhide, porque “Toki” es también el nombre ancestral de la casa de la cual desciende el clan Akechi. Los Toki, a su vez, eran descendientes de los Minamoto, que como sabemos eran enemigos eternos de los Taira. Los mismos Taira con los que Nobunaga gustaba de emparentarse para darle a su linaje más rancio abolengo. Y así podríamos seguir hasta el infinito. Resumiendo, si hacemos una lectura más profunda (y malintencionada) del poema, podríamos traducirlo más o menos como:
Ha llegado la hora (la hora del clan Akechi)Visto en retrospectiva, parece una pista evidente de que Mitsuhide estaba tramando algo. Estos versos fueron debidamente recopilados por escrito y ofrecidos a los dioses junto al resto de poemas compuestos aquella noche, como mandaba la costumbre. Después del Incidente de Honnoji, se interrogó a los demás asistentes a la sesión de renga para depurar responsabilidades. Pero, aun con las transcripciones en la mano, no se pudo sacar nada en claro. Si bien las pistas están ahí para quien quiera (o sepa) verlas, tampoco puede decirse que haya nada abiertamente acusador. Imposible demostrar que los demás poetas estuvieran conchabados con el traidor. ¿Callaron para encubrir a Mitsuhide? ¿Ocultaron la verdad los monjes de Atago? Jamás lo sabremos.
de dominar todo bajo el cielo (el país entero)
¡Ah, el quinto mes! (fecha de grandes rebeliones en el pasado)

Teoría #1: la ambición de Mitsuhide
En el Japón de la era Sengoku, básicamente, imperaba la ley de la jungla. Las puñaladas por la espalda y las traiciones de todo tipo estaban a la orden del día. El mito del samurái leal a su señor era solo eso, un mito. Todo valía para hacerse con el poder. Cualquiera que haya visto Los Soprano se podrá hacer una idea, salvando las distancias, de cómo funcionaban las cosas por aquellos lares. Viéndolas desde ese prisma, las acciones de Mitsuhide no resultan tan sorprendentes. Están bastante en línea con lo que se estilaba en su época.Según muchos historiadores, lo que motivó a Mitsuhide a rebelarse fue simple y pura ambición. Prácticamente todo el que era alguien en la era Sengoku albergaba aspiraciones de hacerse con el poder absoluto. De plantar sus estandartes en Kyoto, unificar el imperio bajo su égida y, por qué no, alzarse con el título de shogun. Mitsuhide no habría sido una excepción. Vio la oportunidad de dar un golpe maestro y la aprovechó. De hecho hasta llegó a cumplir ese sueño inconfesable y prohibido de todo samurái, ser shogun, aunque solo fuera por dos semanas escasas.
Desde luego, la ocasión era irrepetible. Esa noche Nobunaga estaba prácticamente indefenso en Honnoji. Los demás generales y aliados del clan Oda se hallaban demasiado lejos como para poder acudir en su auxilio a tiempo: Hideyoshi estaba empantanado en el asedio de Takamatsu, Shibata Katsuie estaba en la lejana Echizen, Tokugawa Ieyasu andaba de viaje por Osaka y Sakai… Si quería acabar con Nobunaga solo podía ser entonces. Si esperaba un día más, le habría dado tiempo a reunirse con el grueso de sus tropas, y ya habría sido imposible tocarle un solo pelo del moño.

Nobunaga tenía también a la corte imperial comiendo de su mano, con lo que nadie podía toserle tampoco en el terreno diplomático. Siguiendo el curso lógico de los acontecimientos, todo indicaba que en cosa de uno o dos años el señor de los Oda habría completado la conquista del país entero. Cualquiera que quisiera eliminarlo no podía permitirse el lujo de esperar mucho más. Una vez lograra llevar a buen puerto la invasión de Shikoku y Kyushu, nadie en todo Japón iba a estar tan loco como para alzarse en armas contra él. Pero en 1582 aún había clanes que no se habían sometido a la soberanía de Nobunaga. Llegado el caso, tal vez se podría llegar a un acuerdo con ellos para formar un frente común. Si Mitsuhide quería de verdad ser el dueño de Japón, era ahora o nunca.

Teoría #2: un ajuste de cuentas
A principios del s. XVII, el recuerdo de la época de las guerras civiles estaba aún fresco. Los japoneses no habían olvidado cómo se las gastaban los samuráis de antaño, con sus traiciones fratricidas y sus luchas por el poder. Por eso la teoría de la ambición se aceptaba sin mayor problema. Pero, conforme avanzaron los siglos, bajo el férreo régimen feudal de los Tokugawa la percepción del mundo fue cambiando. Que un samurái pudiera levantarse en armas contra su propio señor pasó a verse como algo impensable. Para que alguien de casta guerrera se decidiera a cometer el peor de los crímenes, la traición, tenía que haber un móvil terriblemente poderoso. La simple ambición de poder no bastaba para explicarlo. Es entonces cuando empezó a especularse con la teoría de la venganza.
Se han sugerido mil motivos por los que Mitsuhide podría haberse visto herido en su orgullo. Uno de los más citados nos lo cuenta el jesuita portugués Luis Fróis, cronista destacado de la época y amigo personal de Oda Nobunaga. Según Fróis, en realidad Nobunaga tenía en muy alta estima a Mitsuhide, hasta el punto de confiarle el gobierno de las provincias de Tanba y Tango, además de parte de Omi. Siendo uno de sus principales vasallos, un buen día recibió de Nobunaga el encargo de organizar un banquete para su aliado Tokugawa Ieyasu. Todo un honor. Pero, al parecer, los preparativos no debieron de ser del gusto de Nobunaga, ya que al pasar revista al menú montó en cólera y la emprendió a patadas, literalmente, con Mitsuhide. Este, humillado, nunca olvidó la afrenta, y se la haría pagar cara en Honnoji.

Pero la teoría de la venganza más popular no tiene que ver con Mitsuhide, sino con su señora madre. En la era Sengoku era costumbre habitual utilizar a los familiares de uno para intercambiarlos con otros clanes como rehenes, en señal de buena fe. Así, en uno de esos intercambios rutinarios, la madre de Mitsuhide habría sido enviada como rehén por orden de Nobunaga al castillo de Yagami, en manos de los hermanos Hatano. En 1579, el ejército Oda puso sitio al castillo y Nobunaga invitó a los hermanos Hatano a parlamentar. Pero, una vez estuvieron fuera de las murallas, en vez de negociar Nobunaga los hizo matar, y la guarnición del castillo degolló a la anciana madre de Mitsuhide como represalia. Ni que decir tiene que aquello no le sentó nada bien a Mitsuhide, que se había quedado huérfano de golpe y porrazo. No es de extrañar que, desde entonces, jurara odio eterno a su despiadado señor. Su rencor estaba más que justificado. Pero, por desgracia para los defensores de esta teoría, es totalmente falsa. Una mera invención literaria de la era Edo.

Teoría #3: las cloacas del poder
Otra de las teorías más populares (y plausibles) tiene que ver con las intrigas palaciegas y las luchas de poder dentro del clan Oda. Al más puro estilo del Chicago de los años 20, Mitsuhide no habría tenido otro remedio que jugársela y dar un golpe encima de la mesa para no ver su propia posición peligrar dentro de la organización. Esta explicación se complementa bien con la de la ambición, expuesta más arriba.
Y es que, según los mentideros de la época, el peso de Mitsuhide en el entorno de Nobunaga había disminuido. Por ejemplo, había estado años haciendo de mediador entre su señor y los Chosokabe, amos de Shikoku, pero ahora Nobunaga pasaba olímpicamente de sus acuerdos con ellos y planeaba invadir la isla directamente. Es de suponer que eso dejaría al pobre Mitsuhide en bastante mal lugar. También había rumores de que Mori Ranmaru, paje favorito de Nobunaga, tenía a su señor prácticamente convencido para que le concediera una serie de tierras y castillos que pertenecían a Mitsuhide. Suma y sigue. Si bien carecemos de pruebas sólidas para saber a ciencia cierta si Mitsuhide estaba siendo realmente víctima de conspiraciones palaciegas para minar su poder, desde luego hay indicios para sospechar que alguien estaba intentando moverle la silla. Antaño había sido una pieza clave en las campañas de Nobunaga, pero en los últimos años su señor parecía haberlo relegado a un rol secundario. O, al menos, eso creía él.
En este contexto, la orden de enviar refuerzos a Hideyoshi en su campaña contra los Mori habría sido el insulto definitivo. Él, Akechi Mitsuhide, un samurái de la más noble cuna, amigo de shogunes y emperadores, tenía que ponerse a órdenes de un tipo como Hideyoshi, un simple advenedizo hijo de campesinos. Debería ser él quien liderara la campaña, y no aquel arribista con cara de mono. Antes que plegarse a semejante humillación, Mitsuhide habría resuelto que más valía cortar por lo sano y hacerle ver a su señor, de la manera más gráfica posible, por dónde podía meterse su nueva jerarquía de mando.
Teoría #4: conspiración en la sombra
Sin salir del todo de las cloacas del poder, otras teorías apuntan a que Mitsuhide no actuó exactamente por voluntad propia, sino que se limitó a cumplir su papel dentro un plan de dimensiones mucho mayores. Era un peón en medio de una gran conspiración. Si tiramos por estos derroteros entramos en terreno pantanoso, el de la mera especulación, pero parece evidente pensar que Mitsuhide no pudo haber obrado completamente solo. Tenía que contar con el apoyo de alguien más, o al menos estar convencido de que tenía ese apoyo. Un tipo inteligente como él no pudo haber actuado como un tirador solitario. Es difícil de creer que su ataque a Honnoji fuese fruto de un simple arrebato pasajero.
Algunos indicios apuntan a que las relaciones de Nobunaga con la corte podrían haber estado algo tirantes en 1582. En los últimos años había rechazado títulos y honores que el emperador le había ofrecido generosamente, incluido el puesto de shogun. Esto podría haber sido visto como una muestra de arrogancia por su parte, cuando no de hostilidad. Pero, analizando las cosas con más detalle, la cosa no está tan clara. Posiblemente por influencia china, rechazar de primeras los títulos que le ofrecía a uno el emperador se consideraba un gesto de buen gusto. La etiqueta requería negar hasta tres veces los nombramientos oficiales, hasta que a la tercera, a regañadientes, el humilde servidor de la corona no tenía más remedio que aceptar. O sea, que los remilgos de Nobunaga entraban dentro de lo esperable. Además, Nobunaga había sido el gran benefactor de la corte imperial. Con sus generosas aportaciones monetarias, había devuelto la dignidad al emperador y su entorno, que llevaban más de un siglo viviendo en condiciones miserables. Había construido nuevos palacios, devuelto el esplendor a la capital y pacificado medio país en nombre del emperador. Pensándolo fríamente, la familia imperial no tenía razones para temer nada de Nobunaga. Siempre habían estado en buenos términos. Más que conspirar contra él, deberían de besar el suelo por donde pisaba.

En estos casos, conviene acordarse de Séneca y fijarse en el cui prodest, o sea, ver a quién beneficia más lo ocurrido. Tirando de ese hilo, al principal beneficiado del desastre de Honnoji lo encontramos en las filas del clan Oda: el mismísimo Hideyoshi. Desde luego, no se puede negar que la prematura muerte de su jefe le vino de maravilla a su carrera. Él sería quien acabara unificando el imperio y gobernando sus designios. El primer paso en su fulgurante ascensión hacia la cima lo dio, precisamente, con la manera magistral en que se condujo en los días siguientes a la muerte de Nobunaga. Sorprende que pudiera moverse con tanta rapidez cuando los demás generales del clan Oda apenas tuvieron tiempo de reaccionar. A Hideyoshi le bastaron diez días para levantar el sitio al castillo de Takamatsu, firmar la paz con los Mori, llegar a Kyoto, acabar con Mitsuhide y vengar a su señor caído. Cualquiera diría que tenía información privilegiada.

Teorías #5, #6 y #7: de todo, como en botica
Para terminar, aunque solo sea por echar unas risas, no está de más repasar otro tipo de teorías más, digamos, imaginativas. Ninguna de ellas se sostiene más allá de la pura especulación, pero eso no les ha impedido sobrevivir en el imaginario colectivo hasta nuestros días. En realidad, especular sobre el Incidente de Honnoji es prácticamente un pasatiempo nacional en Japón, y todos los años surgen nuevas teorías, a cual más absurda, para buscarle una explicación al cruce de cables de Mitsuhide.
También hay teorías que apuntan a lo sobrenatural. Ya hemos visto que Mitsuhide hizo pública su decisión (de manera un tanto críptica, pero bueno) en la famosa sesión de poesía encadenada del monte Atago. Pues bien, ¿y si hubiese sido precisamente ahí, en ese momento, cuando se le ocurrio la feliz idea de matar a Nobunaga? El monte Atago es famoso desde tiempos mitológicos por ser morada de tengu. Los tengu son una raza de demonios alados del folklore japonés, seres con poderes fantásticos que gustan de chinchar a los humanos. Para los amantes del esoterismo, la cosa está clara: fueron los malvados tengu de la montaña quienes implantaron en la mente de Mitsuhide, al más puro estilo Inception, la idea de traicionar a su señor. Otros dicen que poseyeron directamente el alma de Mitsuhide y lo llevaron cual títere a atacar Honnoji. Una explicación muy típica de la era Edo, por cierto. Porque, ya se sabe, solo si hay posesión demoníaca de por medio se puede entender que alguien cometa un crimen tan aberrante como traicionar a su legítimo señor. Cierto es que, hasta aquella mañana de 1582, Akechi Mitsuhide había sido un vasallo ejemplar. Pero algo nos dice que tal vez, solo tal vez, su repentino cambio de opinión se pueda explicar por causas algo más mundanas, sin tener que recurrir a posesiones infernales.

Puede ser que Mitsuhide se viera a sí mismo de ese modo, como un liberador de la patria. Pero es bastante dudoso que ni él ni ningún otro caudillo samurái de la época actuase movido por motivos altruistas. La hipótesis de la posesión infernal se nos antoja más creíble que pretender que un guerrero de la era Sengoku soñara con la paz mundial y la felicidad de sus semejantes. Sea lo que sea lo que le pasó por la cabeza a Akechi Mitsuhide, el secreto se lo llevó con él a la tumba. Pero eso no impide que ahora, más de 400 años después, sigamos teorizando sobre ello. A buen seguro, si sigue habiendo humanidad para entonces, dentro de otros 400 años continuaremos haciendo lo mismo. Porque, para los aficionados a la Historia, pocas cosas hay tan fascinantes como un buen misterio. Y el de Honnoji es de los que han hecho época.
Fuentes e imágenes:
- Cooper, M. (1965); They Came to Japan, An Anthology of European Reports on Japan 1543-1640; University of California Press
- Keene, D. (1981); “Joha, Poet of Linked Verse” en Elison, G. y Smith, B.L. (editores) Warlords, Artists, and Commoners: Japan in the Sixteenth Century; University of Hawaii Press
- Lamers, J.P. (2000); Japonius Tyrannus: The Japanese Warlord Oda Nobunaga Reconsidered, Hotei Publishing
- Ota, G. traducido por Lamers, J.P. y J.S.A. Elisonas (2011); The Chronicle of Lord Nobunaga; Brill
- Schindewolf, B.C. (2010); Toki wa Ima: A Senior Honors Thesis, Ohio State University
- samurai-archives.com
- Takayanagi, M. (1958); Akechi Mitsuhide Jinbutsu Sosho; Yoshikawa Kobunkan
https://historiasamurai.com/2016/06/21/conspiracion-en-honnoji-teorias-sobre-la-muerte-de-oda-nobunaga/