María José Germán
En esta sección hemos tenido la idea de
reflejar la vida cotidiana en la antigüedad a través de las cartas que un
ciudadano cualquiera de Grecia o Roma habría enviado a un pariente o a un amigo
en distintos momentos históricos, como si nos hubiéramos encontrado un baúl repleto
de cartas y recuerdos y nos pusiéramos a curiosear el pasado sentados en el
suelo, revolviendo las tablillas (las cartas son imaginadas).
EL COLUMBARIO
(siglo
I a. de Cristo.)
Quinto saluda a
su hermano Mario
Por fin llegué a
Roma. Hace cinco días que estoy en casa de nuestros parientes, aunque no fue
tan fácil como me decías encontrar su casa, pues ahora viven en la altura del
Celio y no en la Suburra a causa de un incendio que se llevó por delante todas
sus pertenencias. No obstante, estoy bien instalado, ya que duermo en la
habitación de nuestro primo y comparto con él muchos ratos agradables.
Estoy cerrando
los tratos que me ordenaste y comprando las mercancías que nos hacen falta, como
me dijiste. Te agradezco que hayas confiado en mí, aunque sea el hermano menor.
Echo de menos la tranquilidad de nuestros campos y el murmullo del arroyo que
pasa junto a nuestra casa, porque Roma es insoportable. La gente grita tanto de
día como de noche, el calor es agobiante y las calles malolientes ¿cómo hacen
estas personas para vivir siempre en este lugar?, además hay muchas moscas y
mosquitos que por la noche zumban en tu oreja y no te dejan dormir, padre hizo
bien en volverse a la aldea cuando murió madre. Pero si te escribo no es para
que escuches mis quejas, sino para decirte que al día siguiente de mi llegada
fui a visitar la tumba de madre como acordamos y que
está todo en orden; yo no podía recordar nada, ya que era muy pequeño cuando
nos dejó, pero me acompañaron nuestros tíos. Te describiré con detalle todo lo
que hice para que juzgues tú mismo:
Como les había
dicho que quería comprar un aceite y unas violetas me llevaron a través del
Foro, ¡qué multitud!, hacia una calle curvada que llaman de los etruscos, cerca
del río y ¡qué calle! Estaba llena de muchachos hermosos paseando su lozanía
delante de los comerciantes gordos y lascivos. Entramos en un tugurio repleto
de artículos e
inmediatamente se levantó un pesado cortinaje en el fondo del que surgió un
hombre moreno con ojos almendrados, barba puntiaguda y un peinado extraño que
le caía por la nuca hasta los hombros. Yo estaba atónito. Llevaba un manto
corto muy ligero y suave en tonos azulados rematado con una franja de color
azafrán que le descendía desde el hombro izquierdo en elegantes pliegues. A
pesar de su aspecto extranjero, hablaba correctamente el latín sin ningún
acento. Nos hizo toda clase de reverencias, excesivas para el gusto de un
romano, y nos dio a oler las más exquisitas fragancias indicando a la par la
procedencia y el precio de cada una. Yo creía que llevaba un tesoro en mi
bolsa, el dinero que me diste después de vender las gallinas, pero no habría
podido pagar ni una sola gota de aquellos perfumes con todas las monedas
juntas, así que compré un aceite de incienso y mirra, que no olía mucho, tengo
que decirte la verdad, pero los tíos me dijeron que era lo justo, aunque yo
creo que nos estafó.
Después nos dirigimos hacia
la calle empedrada que llaman vía Appia, no sé por qué, y seguimos a la derecha
por el arcén de tierra apisonada hasta que llegamos al primer miliario.
Caminábamos por la allanada bajo la
sombra de los pinos y casi podía olvidar el ruido de los carros y el trote de
los caballos que pasaban junto a nosotros, si no hubiera sido por el temor a
que en un encontronazo me rompieran la
anforita de perfume que llevaba guardada en la bolsa que colgaba de mi cinturón.
Por eso esquivaba a todo aquel que venía de frente y no paraba de mirar hacia
atrás para apartarme si veía de lejos a un jinete. Después nos desviamos a la
izquierda por un camino de tierra. A poca distancia apareció un edificio
cuadrado, bastante grande, construido con piedras de distintos tamaños, sin
labrar y unidas con argamasa. No tenía
ninguna decoración, simplemente una puerta rectangular a un lado enmarcada con
grandes losas.
Nuestro tío buscó la llave
donde sabía que estaba oculta y abrió; entonces se nos vino encima una bocanada
de aire enrarecido. Olía como el pozo que tenemos detrás de los graneros, ¿recuerdas
cuando nos metíamos en él para escapar de las palizas de padre? pero también olía
a perfume, antorcha, flores y a muerto. Cuando se abrió la puerta me pareció
que aquello era la boca del Averno, un negro abismo estaba delante de nosotros,
tan sólo cruzado por débiles rayos de luz que se colaban por pequeñas aberturas
en lo alto; localizamos la antorcha que estaba sujeta junto a la puerta y la
prendimos con una lamparita que permanecía siempre encendida a su lado,
entonces vimos la empinada escalera que conducía hasta el fondo del columbario.
Descendimos silenciosos. Yo iba detrás del tío, para que me indicara el camino;
había filas de nichos por todas partes que se iban iluminando al pasar; rostros
que surgían inesperadamente y desaparecían por completo, como espectros
vigilantes.
Nuestro tío caminaba
despacio y yo le seguía con un poco de miedo, debo confesarlo; entonces le vi
levantar el brazo hasta la tercera fila e iluminó un rostro sonriente de mujer
debajo de un pequeño arco sostenido por columnitas con capiteles vegetales. Iba
peinada con una raya larga en medio de la cabeza y se podía adivinar un moño en la nuca, su cara era agradable y en
sus ojos y en su boca me pareció ver tranquilidad.
Debajo se leía:
D M S
(consagrada a los dioses manes)
ESTA PIEDRA CUBRE A UNA
MUJER BELLA.
AMÓ A SU MARIDO CON TODO SU AMOR,
ENGENDRÓ CINCO HIJOS; DEJÓ
VIVOS A LOS MÁS QUERIDOS,
LOS OTROS HUYERON AL SENO
DE LA TIERRA
CUIDÓ DE SU CASA E HILÓ.
H S E
(Aquí yace)
Según estaba leyendo me
conmoví, como supongo que harás tú en el momento en que leas estas líneas. Tengo
que decirte que me temblaban las manos cuando abrí el aceite, pero tuve la
suficiente serenidad para cumplir con los ritos. Por cierto, había olvidado
decirte que también le entregué las habas que me diste.
Me pareció que todo estaba
bien cuidado y creo que ella podrá descansar en paz aunque estemos lejos. Los
tíos me explicaron que el Colegio, con las cuotas, se encarga de organizar los
entierros, de adjudicar los nichos, del mantenimiento del edificio en su
conjunto y cosas parecidas, pero que las lápidas y los ritos son cosa de los
particulares. Es lo que tú me habías explicado. Queda tranquilo, porque los
tíos han gastado bien el dinero que les enviamos.
Cuando salimos del
Columbario fuimos al arroyo cercano a lavarnos para purificarnos, como se hace
siempre y nos volvimos a casa.
Sabiendo que todo está como
debe estar, en cuanto tenga las mercancías alquilaré un carro con su conductor
para volver a la aldea, pero no te preocupes que no malgastaré las monedas.
Espero estar allí antes de que nazca el ternero, tenme preparado un buen plato
de higos.
Vale.