El País
28 JUL 2013
La matanza ayer en las calles de El Cairo, a manos de fuerzas de
seguridad y francotiradores, de decenas de seguidores del depuesto
presidente Mohamed Morsi acerca Egipto al borde del precipicio, dos años
después de la caída del dictador Hosni Mubarak. El crescendo de sangre y
las mentiras del Gobierno provisional, al pretender contra toda
evidencia y hasta el último momento que sus fuerzas utilizaron gases
lacrimógenos y no balas, arruina una eventual solución dialogada a la
crisis desatada por el golpe castrense que, con apoyo popular y de
sectores laicos, desalojó del Gobierno a los Hermanos Musulmanes.
Los acontecimientos del fin de semana reflejan que los generales
egipcios han abandonado su supuesto papel arbitral. Solo así se explica
la suprema irresponsabilidad de que, en un país convulso y dividido, el
hombre fuerte y ministro de Defensa, general Sisi, llamara a los
ciudadanos el viernes a echarse a la calle para legitimar, so capa de
combatir el terrorismo, lo que todos entendían como escalada de
represión contra los Hermanos Musulmanes. Ese mismo día se acusaba a
Morsi, detenido e incomunicado en un lugar desconocido, de conspirar con
el grupo palestino Hamás para conseguir violentamente su excarcelación
en 2011. Una acusación que muchos expertos consideran insostenible, pero
que formaliza el arresto del líder islamista y otorga cobertura legal a
las fuerzas armadas frente a las presiones internacionales que piden su
liberación.
La envergadura de Egipto y su influencia hacen mucho más alarmante su
deriva. Los acontecimientos recientes amenazan con exacerbar un norte
de África donde la espiral de Túnez (asesinato en menos de seis meses de
dos políticos laicos, opuestos al Gobierno islamista) y la agravada
inestabilidad de Libia recuerdan a los más confiados que la primavera
árabe no arraigará de la noche a la mañana. Los países de la zona están
aprendiendo con su propio dolor que construir un sistema de libertades,
por modesto que sea, es mucho más complejo que celebrar elecciones o
convocar multitudes en las calles. Morsi fue elegido democráticamente,
pero su Gobierno doctrinario hizo un sarcasmo del término. Los generales
que, en la onda popular, depusieron a Mubarak y ahora a su sucesor
islamista, no tienen mayor credibilidad. Los muertos en menos de un mes
se cuentan por centenares y por miles los heridos.
Egipto se aleja de la sociedad abierta e incluyente que dicen desear los
partidos laicos integrados en el Gobierno provisional, y que ahora
guardan silencio ante los inadmisibles excesos castrenses. El más
influyente país árabe necesita imperativamente una solución negociada
para alejar el espectro del enfrentamiento civil. Un acuerdo que exija
la renuncia a toda forma de violencia y que no será posible sin la
inclusión de los Hermanos Musulmanes, que con mayor o menor holgura han
ganado a la postre las únicas elecciones libres que ha conocido el país.
http://elpais.com/elpais/2013/07/27/opinion/1374958135_948266.html
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